Buenos días, tristeza: el decadente amor burgués

Autor: Reinaldo Spitaletta
9 febrero de 2017 - 12:00 AM

El escritor Reinaldo Spitaletta comparte una reseña de la obra Buenos días, tristeza, de la autora francesa Françoise Sagan.

Medellín

El mérito no radica en que una muchacha de 18 años escriba una novela, que se traducirá a varias lenguas, venderá miles de ejemplares, servirá en adaptación para la filmación de una película y tendrá canción propia, sino en lograr una caracterización de la superficial burguesía parisina de la segunda posguerra, con personajes en triángulos amorosos y con una narradora joven que tiene recuerdos y reivindica el placer.


El recurso de la memoria está hecho menos para adolescentes que viejos. Y en Buenos días, tristeza, la novela corta de Françoise Sagan, publicada en 1954, la protagonista, Cecilia, una muchachita burguesa, plena de caprichos, sensualidad e inclinación a lo frívolo, se fundamentará en lo sucedido pocos años antes, cuando ella era una bachiller recién egresada del internado, en un verano de locura. A una mansión de la costa del Mediterráneo, para pasar días de playa y sol, viajan Raimundo, de 40 años, y padre de la narradora, con una vieja amiga de la madre de Cecilia, Ana Larsen, de 42 años (llegará a vacacionar una semana después), y dos jóvenes que se conectarán con las aventuras amorosas, y en cierta forma, triviales, del papá y la hija: Cyril y Elsa.


El mérito de la ficción, escrita por la jovenzuela Sagan, radica, además, en caracterizar en profundidad a los personajes, en sugerir un enamoramiento de Cecilia y su padre, una relación de inconsciente-consciente incesto, y poner el placer y la vida muelle, como centro y esencia del amor burgués.


Se ha dicho, y no sin razón, que la novela es un género de madurez. Una alta forma literaria, propia en su creación de los que no sólo tienen edad sino conocimientos, experiencias, seres cancheros, con muchas lecturas encima y sapiencia acerca de lo humano. Las excepciones, si no abundan, sí rompen con lujo con la regla. Y la Sagan es un botón de muestra. En  su ópera prima, que la catapultará a las cimas de la celebridad, hay, aunque no lo parezca, profundización en la condición burguesa, en la decadencia de una clase social que, en la posguerra sigue como si nada, pues, en efecto, no perdió poder durante la ocupación nazi de Francia, ni sufrió las consecuencias trágicas de lo que sí le pasó al grueso del pueblo. Es una burguesía que salió airosa, casi inmaculada, tras el desastre moral y de la razón en la Segunda Guerra.


Los burgueses descritos en la obra son felices, ligeros, bellos y sibaritas. El verano lejos de París les confiere otras gracias, rupturas con la cotidianidad a veces opresiva, y las posibilidades de aventurarse en el ejercicio del amor físico, de urgencia, que nada tiene que ver con aquella otra dimensión, la del denominado “amor trascendental”, en el que se aspira a ir más allá de la piel y del placer de la carne.Y a la situación de vacacionistas, se le debe agregar la buena mesa, la buena cama y el estar alejados del mundo aburrido de la producción.


Dividida en dos partes, la novela tendrá un personaje diferente, más dado a la razón y la disciplina que a los requiebros y excesos, que es Ana, una antigua amiga de la madre ya difunta de Cecilia y que antes no había tenido una relación cercana con Raimundo. La presencia en ese verano ardiente de la señora alterará las conexiones superficiales entre los demás personajes. Y se erigirá como una suerte de enemigo entre las relaciones padre-hija, pero, a su vez, entre los escarceos sexuales del padre con la joven “de vida airada”, Elsa, que a su turno, y como parte del entramado y montaje que prepara Cecilia, se divertirá en cama, en la playa, o en el bosque, con Cyril.


Dentro de las claves de la novela, podrían estar la lectura que ha hecho Cecilia de Henri Bergson, apenas sugerida, aunque hay alguna cita explícita del autor de Materia y memoria, y la capacidad para la práctica del placer que tiene la narradora, “mejor dotada para besar a un muchacho al sol que para sacar un título”, según sus propias palabras. Su despliegue e inclinación hacia las sensaciones fuertes, las combinará con sus dotes para preparar “conspiraciones” en contra de Ana, a la que se ve como una presunta enemiga del equilibrio padre-hija. Y entonces, la muchacha, tremenda en las artes del separatismo, comienza su labor de zapa contra la señora Larsen y la preservación de su papá, como un viudo que no debe casarse con una mujer de su misma edad, porque dejaría de “pertenecer a esa categoría  de hombre sin fecha de nacimiento”.


Claro, en el padre hay, de modo a veces inconsciente, un afán por mantenerse joven, o, al menos, por aparentarlo. Su relación casi deportiva con Elsa (juguete sexual de Raimundo) le da energía, lo mantiene en estado de libido despierta y atenta; con la veterana, en cambio, se trata más una atracción entre maduros, que incorpora, aparte de lo físico, que en este caso no es lo prioritario, asuntos mentales.


Elsa, por ejemplo, es la ninfa, la joven provocadora y provocativa, la que tiene infinita energía sexual; mujer del “amor-dinero”; Ana, la señora, un ser del orden y la experiencia de lo vivido. Por eso, Cecilia, que ve en la novia de su padre una amenaza, un estorbo “para amarme a mí misma”, una talanquera entre “el amor incestuoso por mi padre” (Cecilia es consciente de esta situación), va mellando la proximidad entre Ana y Raimundo, y para eso se servirá, cómo no, de Elsa y Cyril. Con este último, la muchacha mantiene relaciones carnales de altas temperaturas. Como el calor del verano.


Y después de todo, en la novela dónde está la tristeza, no tan evidente, y que se sugiere desde el epígrafe (un poema de Paul Eluard, La vida inmediata), se nombra en las primeras frases de la obra y vuelve a aparecer, al menos en lo verbal, al final de la novela. Cecilia, según lo confiesa al comienzo, conocía el arrepentimiento, el fastidio y hasta el remordimiento. “La tristeza, no”. El lector se encontrará al final con que lo que le sucedió a Ana, tendrá ciertas repercusiones en la memoria, en los recuerdos de la narradora y en la salutación final de “Buenos días, tristeza”.


En la obra, que es una exaltación del hedonismo material, se podrán esculcar los bolsillos del tejido novelístico en cuanto a la presencia de la culpa y cierta expresión, no muy categórica, del remordimiento. Sin embargo, ni lo que le sucedió a Ana (¿accidente o suicidio?), ni el peso de los recuerdos sobre un verano de ardores en la piel y en la mente, hará mella en la mentalidad y modos de ser de dos burgueses de alto turmequé, que viven más por estar siempre en los goces vitales que en posibles arrepentimientos y actos de contrición. 


La aparente superficialidad de la novela, su aspecto engañoso, se va desmoronando en la medida en que las artimañas de Cecilia para que, en últimas, Ana no se case con Raimundo, triunfan y la obra camina otra vez por los senderos del placer, sin que la pena ni la culpa vayan a provocar desmoronamientos en unas existencias cultivadas para el goce y las comodidades. Hija y padre no necesitan, en últimas, de nadie. Se bastan a sí mismos. Y las posibles interferencias que puedan alterar esa condición, no sobrevivirán.
Françoise Sagan, niña terrible y precoz de la literatura francesa de la segunda mitad del siglo XX, no pudo con su éxito inicial y sus demás libros (novelas, guiones, piezas teatrales) no alcanzaron la dimensión de su novela iniciática. Quizá no pudo sobreponerse a la fama abundante que le dio Buenos días, tristeza, ni al alcoholismo y el uso de drogas, ni a los juegos de azar y la vertiginosidad en los carros. Tal vez haya escritores que sólo necesitan una sola obra para permanecer. Su educación se basó en la lectura de Gide, Camus, Eluard, Sartre, Rimbaud y Proust.  Y tuvo el acierto de no ponerse a novelar el trabajo, sino el ocio. Dicen que con la publicación de Buenos días, tristeza, terminó la posguerra en Francia. Su autora nació en 1935 y murió en 2004. 


(Bonjour Tristesse, Françoise Sagan. José Janés, Editor, 1954. Traducción de Noel Clarasó, 192 pag.)

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