Bandas

Autor: Gloria Inés Upegui Valencia
21 junio de 2019 - 10:33 PM

Solo repensando el país hacia la equidad, derrotando la corrupción, invirtiendo en bienestar se podrá combatir esta saga de violencia.

Medellín

Gloria Inés Upegui Valencia

¿Por qué hay entornos propicios para que florezca la violencia, cuál es la savia que alimenta este horror, recorriendo barrios, campos, ciudades y veredas, que sube por los muros, se escabulle por alcantarillados, se aposenta en los más exclusivos clubes, se ensaña en jóvenes y se apodera de niños casi recién destetados? Hablo de un lugar endiosado en canciones y en imaginarios, pero menospreciado por sus propios habitantes, me refiero a Medellín y a Antioquia. Donde se cree que la felicidad depende de poseer y no de convivir, donde solo se distingue blanco o negro, pero no arcoíris, donde ser echao pa´lante parce equivale a pasar por encima de cualquiera, y se enseña a los niños a no dejarse (de nadie), y a los jóvenes que, para conseguir dinero, mujeres, poder, no hay que parar en mientes. Escenario ideal y caldo de cultivo para que el 96% del departamento (120 municipios) sea cuna y escenario del crimen en todas sus escalas y expresiones.

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El documento Presencia de los Grupos Paramilitares en Antioquia de la Coordinación Colombia Europa y Estados Unidos, Nodo Antioquia (nov/2017), valiéndose de información originada en talleres con comunidades, entrevistas, prensa, organizaciones de víctimas, Policía y Ejército y de entes territoriales y nacionales, determinó que en el período enero 2016 a octubre 2017, el nivel de inserción de los grupos paramilitares afectó en mayor medida todo el norte del departamento y el Valle de Aburrá. Concluye que el paramilitarismo está vivo, con una gran capacidad de inserción en el tejido social, mediante reinvención en sus métodos criminales, que ha ampliado las fuentes de financiación permeando la estructura social. Que sus acciones violentas tienen énfasis en la población vulnerable o en sectores sociales que propugnan por cambios democráticos (líderes sociales) a los que consideran “insurgencia”. Refiere que actúan en complicidad con “elementos estatales y sectores económicos”, se dedican a: narcotráfico, contrabando, extorsión, minería ilegal, tráfico de armas y de inmigrantes, trata de blancas, ocupación de tierras y lotes. En el ámbito urbano han constituido en el Valle de Aburrá una intrincada red de cuadrantes para repartirse el territorio bajo el control de las Odines (organizaciones delincuenciales) desde el Picacho hasta la Candelaria, pasando por todos los barrios, de los cuales se prestan los nombres.

En el campo macro un proceso de reingeniería y disputas internas derivó en la multiplicación de estructuras: Autodefensas Gaitanistas de Colombia (dominan en 97 municipios del departamento y en el territorio nacional), Nueva Generación, Águilas Negras, Rastrojos, Ejército Antirrestitución de Tierras, Alianza Criminal del Norte y Oficina del Valle de Aburrá (antes de Envigado), entre otras; que intervienen la vida política y civil de la región; imponiendo su ley, limitando el derecho a la movilización, controlando el transporte de carga. En el Valle de Aburrá, Corpades calcula 500 estructuras armadas con 13.000 miembros (en solo Medellín 350 grupos con 8.000 efectivos en: fleteos, microtráfico, prostitución, control de espacio público para parqueo y ventas ambulantes, “vigilancia” de negocios, pagadiario, asignación de cupos para buses, taxis y chiveros) que en la práctica doblegaron la sociedad a la ilegalidad, pues a decir de Camacol “hasta a los constructores les exigen vacunas”. Más este infame hallazgo: en Medellín hay 3.200 niños vinculados a bandas criminales. Es tal la afectación en Antioquia que el 25% de la población está catalogada como víctima (1.500.000 personas), la mitad vive en Medellín.

El Espectador (2/6/19) reveló el aumento de homicidios en Bello en 153% con relación a 2018. Los Chatas, los Pecheca, la Niquía Camacol y seis bandas más hacen de las suyas en ese municipio por el control territorial, donde el verbo “picar” unido a desaparición sirve para amenazar a quien no se doblega ante las amenazas. Decretan toques de queda, cierran vías, ubican francotiradores, ante una oficialidad inerme con menos de 500 agentes frente a unos 2.000 hombres y más de mil armas de largo alcance distribuidas entre las diferentes bandas del municipio.

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Dura radiografía que nos remite a preguntarnos por los orígenes y motivaciones de tan generalizada situación. Falta de oportunidades laborales, de opciones de educación, de espacios y medios de recreación, ausencia de vivienda digna, salud, pensión, son potenciadores para que los jóvenes se vinculen a los grupos que les ofrecen dinero a cambio de “una vueltica”. ¿Recompensa? moto, armas, celular de última generación y como plus: “prestigio”, beibis, licor y drogas. Solo repensando el país hacia la equidad, derrotando la corrupción, invirtiendo en bienestar se podrá combatir esta saga de violencia, porque la solidaridad y el respeto, se cambiaron por el culto al ídolo, sea este una persona, un auto, un arma o hasta el mismo odio. Herencia de un liderazgo en entredicho sumado a la exasperación de los ánimos, atizados desde los atriles del poder y en boca de los “representantes políticos” contribuyen a que el ambiente permanezca enrarecido. Un exmiembro de la Ramada (Bello) cree que lo único que salva a la juventud es la educación, promover la cultura, y no la militarización de coyuntura. Pero para eso se requiere de una dirigencia con mentalidad de servicio y construir una ciudadanía deliberante y participativa.

 

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