Azorín, maestro del bien escribir

Autor: Lucila González de Chaves
28 mayo de 2017 - 06:00 PM

La experta en Lenguaje Lucila González de Chaves reseña la obra del maestro Azorín, a los cincuenta años de su muerte.

Medellín

Se verdadero nombre: José Martínez Ruiz, escritor español nacido en 1874 y muerto en 1967. Una figura destacada de la llamada  “Generación del 98” (1898).


En la Universidad de Valencia estudió derecho, pero sus gustos estaban en hacer parte de las tertulias, en escuchar la música de Wagner, asistir a representaciones teatrales, ir a las corridas de toros; y en las librerías, se le iba el tiempo buscando “el libro raro” o el “interesante”. No terminó ninguna carrera, y sí empezó a manifestarse como escritor: publicó folletos, colaboró en el periódico de la ciudad, pero cuando uno de sus artículos causó gran disgusto, este le cerró las puertas.


Empezó a escribir en “Pueblo”, el periódico revolucionario del escritor Blasco Ibáñez; todos sus artículos tenían corte de ateo y materialista.


En uno de los libros de la colección Alianza Editorial, el recopilador de textos para el volumen  “La experiencia de la vida”, encontramos estas palabras de Azorín: 
“Voy a exponer, atañederas a mi persona, algunas circunstancias y así podrá verse la índole de mi experiencia….


Por la ventana se veía, más allá del bello jardín del Casino, cerrando el horizonte, una montaña desnuda y parda: Bertíes. No había yo venido a Madrid; conocía la literatura moderna por los libros de los maestros…Tenía yo entonces curiosidad: curiosidad envuelta en ufanía y en cierta propensión belicosa; era otro hombre. Nací a las tres y media de la madrugada del 8 de junio de 1873. En los últimos veinte años casi todo lo que he escrito, lo he escrito en las madrugadas. Lo que al presente leo son los libros de Santa Teresa. ¿Qué es lo que me preocupa en España? El siglo XVI….”. 


En 1893, Azorín publicó en Valencia su obra: “Crítica literaria”, en la que atacaba a algunos escritores de su época y a varios actores de teatro.
De Valencia se fue a Granada y de allí a Salamanca; pero, su espíritu andariego lo llevó de regreso a Valencia. Renunció a todo y se fue a Madrid en donde publicó su libro “Charivari”, tan violento y tan agresivo como los folletos que publicaba en Valencia; eran tales sus ataques, que él, aconsejado por sus amigos, se alejó de la capital. Un tiempo después, a su regreso, empezó a escribir en El País y a reunirse con periodistas y escritores.


“Clarín” o Leopoldo Alas fue el primer escritor en elogiar su talento y lo anunció como como una esperanza de la “literatura satírica española”; pero luego, leyéndolo un poco más, admitió que se había equivocado en ese concepto: Azorín había seguido otros derroteros. En 1900 publicó “Alma Castellana”, obra por la cual recibió grandes elogios.
 

Con los escritores Baroja y Maeztu empezó a formar el grupo de jóvenes nietzscheanos que fueron el núcleo de lo que más tarde se llamaría la “Generación del 98”. 
En 1903 publicó “Antonio Azorín”. Luego, “Las confesiones de un pequeño filósofo”; él era el hombre de las dudas y de los continuos cambios.


A raíz de la publicación del libro “Antonio Azorín” y del gran homenaje que le rindieron, el escritor empezó a adoptar el seudónimo “Azorín” con el cual habría de hacerse famoso.
En 1905 publica “Los pueblos”, un libro sobre la vida provinciana. 


J. M. Pandolfi asegura que Azorín es un poeta que escribe  prosa. Ha descubierto el paisaje español y describe minuciosamente pueblos, ciudades y paisajes.
“Azorín escribe despacio, muy despacio. No olvida ni añade nada, cree que a lo sustantivo de la vida se llega por el detalle. Posee el don de la contemplación serena de las cosas y de los hombres”.


Después de una larga ausencia, Azorín ha vuelto a la monótona ciudad donde transcurrió su infancia. Los recuerdos lo entristecen; recorre las callejuelas y las plazas de los pueblos levantinos, castellanos, andaluces. Va y viene; observa, recuerda y se pone nostálgico. 


Pasan por su mente seres humildes, insignificantes que ya han desaparecido y nace su elegía a Julín, la muchacha romántica, fina, blanca, suave, de ojos melancólicos. A veces hay desesperación en el recuerdo, pero Azorín parece aceptar los designios ocultos e inexorables de las cosas.


Lo seguimos en el libro y lo vemos  caminando por las callejuelas y el maestro del bien escribir, sabe expresar con palabras sencillas pero animadas por un suave temblor lírico, el encanto de un palacio vetusto, o el de una callejuela, o un jardín, un monasterio….


Nos presenta su infancia y su vida familiar:


“Estos primeros tiempos de mi infancia aparecen entre mis recuerdos un poco confusos, caóticos, como cosas vividas en otra existencia, en un lejano planeta. ¿Cómo iba yo a la escuela? ¿Qué emociones experimentaba al entrar? ¿Qué emociones sentía al verme fuera de las cuatro paredes hórridas? No miento si digo que aquellas emociones debían de ser de pena, y que estas debían de serlo de alegría. Porque este maestro que me inculcó las primeras luces era un hombre seco, alto, áspero de condición, brusco de palabras […]. Yo – como hijo de alcalde – recibía del maestro todos los días una lección especial. Y esto es lo que aún ahora trae a mi espíritu un sabor de amargura y de enojo”.
“Cuando todos los chicos se habían marchado, yo me quedaba solo en la escuela… […]; abría yo la cartilla, y durante una hora este maestro feroz me hacía deletrear con una insistencia bárbara. Deletreaba una página y me hacía volver atrás; volvíamos a avanzar, volvíamos a retroceder, se indignaba… Al fin, yo, rendido, anonadado, oprimido, rompía en un largo y amargo llanto…”


Una de sus obras más conocidas  es “La ruta de Don Quijote”, un recorrido literario por los lugares de La Mancha mencionados en el libro de Cervantes. El escritor parte de su casa en Madrid y va en tren a Argamasilla de Alba; allí evoca a Don Quijote y describe el pueblo. Luego va a la famosa venta y a muchos otros lugares, entre ellos la cueva de Montesinos, el Toboso…


 El viaje termina en Alcázar con una apología de España.


Con su lenguaje impecable, Azorín penetra agudamente en el alma de las tierras cervantinas, atento, más que todo, a los tipos y paisajes.


Este libro se publicó en 1905 con motivo del tercer centenario del Quijote.


De sus viajes por España,  reunió varias crónicas en el libro “La Andalucía trágica”.


En la guerra de 1914, Azorín se declaró en favor de los aliados desde el primer momento; se trasladó a París y desde allí enviaba crónicas exaltando las virtudes de la nación francesa.


En este tiempo escribió ”El paisaje de España visto por los españoles”. Es notoria su evolución política: se orienta más hacia la derecha. También cambia su preferencia literaria: empieza a apasionarse por los clásicos, los que muchos años antes había jurado que no los leería; escribe sobre ellos porque empieza a dar pasos hacia la Real Academia Española a la que ingresó en 1924.


La obra de Azorín es muy extensa y diversa: escribió novelas, obras para teatro, poesía, libros de viajes, de crítica. En todos los géneros ha dejado la impresión de su temperamento, el sello de su personalidad y el testimono del hombre estudioso, el devorador de libros. 


La mayoría de los críticos de su tiempo y quienes lo siguieron están de acuerdo en que el mejor Azorín está en el pintor de pueblos y paisajes de la vieja España; en el intérprete de los clásicos.


Su preocupación constante fue el tiempo: que se va, que se escapa; la inestabilidad, la fugacidad de todo… Él nos explica: “Os digo que esta idea de que siempre es tarde, es la idea fundamental de mi vida”.


El gran Pío Baroja le rindió homenaje como al más grande estilista llamándolo “un maestro del lenguaje”.


En la prosa alcanzó la perfección: una prosa de una trabajada sencillez; una prosa preciosista, rica en imágenes y en sugerencias, una prosa adecuada a las lentas descripciones del detalle, a las pequeñas cosas de la vida, a lo íntimo y delicado, que le producen gran emoción, expresada con  belleza.  No en vano contribuyó a renovar el estilo y los temas de las letras hispanas. 

 

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