Antagonismo, que contaminó, o globalizó, todos los conflictos internos que asolaban al Tercer Mundo.
Las ilusiones que nacen o las expectativas que se crean en la vida colectiva son las mismas del individuo, visto por separado. Ellas también sufren altibajos y metamorfosis al cumplirse o frustrarse. Si se exponen a una larga espera sin que se cristalicen, ya cansadas entonces, se desvanecen. Le sucede, por ejemplo, a la paz, que cuando no se concreta a tiempo, para ser gozada en el diario vivir de los pueblos que la buscan o reclaman, deja de ser un objetivo plausible y alcanzable para volverse una quimera.
Colombia, congénitamente, desde sus propios orígenes, es un país roto por la pugnacidad, que se tornó crónica y la cual sólo ha podido zanjarse por breves periodos o pausas que, sumadas, no superan el tiempo acumulado de las tensiones y reyertas repetidas. A la par con otros de menor tamaño padecimos el conflicto armado que acabamos de cerrar y cuya duración inverosímil de 7 décadas costaba imaginarse en sus comienzos. Entre otras cosas porque no ha podido precisarse cronológicamente dicho momento, que coincide con las postrimerías de la célebre “Violencia” de mediados de siglo, y con la “guerra fría” que polarizó al mundo en dos bloques que se disputaban su dominio. Uno de los cuales, la URSS y sus satélites, con Cuba ya se había aposentado en el continente al despuntar dicho antagonismo, que contaminó, o globalizó, todos los conflictos internos, incluidos los de menor intensidad, que asolaban al Tercer Mundo.
Ahora bien, todas las guerras llamadas civiles, grandes o pequeñas, pasajeras o prolongadas, que se libraron en Colombia, fueron ideológicas, aunque a primera vista no lo parecieran por lo caprichosas u ocasionales y por los odios elementales, casi maquinales y sin sentido aparente que las alimentaban. Odios heredados, ancestrales, entre liberales y conservadores (rojos y azules) que, sin embargo, tuvieron un sello ideológico, en el mismo sentido, curiosamente, en que lo entendíamos durante la Guerra Fría. La misma que todo lo redujo a izquierda y derecha. Estados Unidos y Europa Occidental fueron catalogados como la derecha, siendo el refugio de la libertad, donde se podía descreer de todo, al paso que la Unión Soviética avanguardiaba la izquierda, siendo el país más conservador, lóbrego e inquisitorial del orbe, país donde, cosa increíble, existía la herejía, que se confesaba pública y “voluntariamente” en purgas y tribunales, y luego se pagaba con la vida, como en el Medioevo.
El talante o predisposición hacia la democracia y el libre examen, de un lado, y del otro hacia el autoritarismo y el contubernio con la Iglesia, dividió a nuestros abuelos entre godos y cachiporros. Los unos secundados por los párrocos, que bendecían a sus candidatos presidenciales, previamente escogidos por el cardenal Perdomo y sus antecesores. Y los otros, los réprobos, anatematizados desde el púlpito, que en tiempos de elecciones era la tribuna más activa y eficaz que Colombia haya conocido jamás. Mas no abusemos del amable lector e interrumpamos por hoy este tema.
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