El asco hace apartarse de aquello que lo genera, funciona como fuerza disuasoria de comportamientos moralmente repudiables.
¿Qué emoción debiera suscitar la corrupción?
El último gran escándalo de corrupción que ha estallado en Colombia que implica a los más altos niveles de la justicia, con magistrados que, al parecer, se prestaban a favorecer a algunos de los altos personajes llamados a juicio para declararlos inocentes a cambio de altas sumas de dinero, muestra que la corrupción, parodiando el cínico dicho de Turbay Ayala de reducirla sus justas proporciones, ahora esa corrupción, sí que ha llegado a sus máximas y más injustas proporciones.
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Lo de ahora, deja claro que la forma como se ha atacado, señalado la corrupción y los corruptos ha sido como cantos a la bandera. Y las emociones de ira, rabia, indignación y otras que despierta en los ciudadanos, que tenemos un papel primordial en su erradicación, no han sido suficientes para enfrentarla y desterrarla. Dado que la corrupción ha llegado a límites que ya amenazan seriamente con la disolución de la nación, en esta columna me atrevo a proponer el asco como mejor emoción ante la corrupción.
La corrupción en el estado, se define como la privatización de lo público, y consiste en el desvío de los fines y recursos públicos a intereses personales o privados con gran deterioro de la moral pública. Es un fenómeno extenso, específico, elogiado y encubierto que se alimenta de la codicia, avaricia, el deseo de poder, se apuntala en la posesión de privilegios y el alejamiento de la ciudadanía de la política y los políticos. Con razón se ha dicho que la corrupción también nace del desinterés del ciudadano en la actividad política. La gran tragedia de la sociedad, decía Primo Levi es que “el pueblo (la ciudadanía) se ha trasformado en público y que nos ocupamos más de lo que hacemos que de lo que no hacemos”, como sí lo hacen los buenos ciudadanos.
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En una encuesta reciente de la Ocde sobre unos países en los que la gente no está interesada en la política, Colombia ocupa el primer lugar con el 50%, seguida por Brasil, igualmente agobiado por la corrupción, y Portugal con el 41%, y en los últimos lugares Japón y Alemania con el 5%. Esto muestra, una vez más, la necesidad de la formación en ciudadanía, política y ética civil, lo que no se satisface ni mínimamente con una cátedra de Urbanidad, como lo propone alguno de los candidatos del CD.
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El asco. Martha Nussbaum, que cuestiona el asco como emoción en la política, describe un “asco primario” como el que despiertan los desperdicios y la descomposición. Pienso que este, apartándome de la posición de la filosofa, es el que bien se acomoda al fenómeno de la corrupción que conduce al desperdicio de los bienes públicos y muestra muy claro la descomposición de una sociedad. Ella dice también que el asco es peligroso en la vida pública porque favorece la tendencia a la estigmatización y subordinación de grupos sociales vulnerables. En el caso de la corrupción que ahora vivimos aquí, creo que de lo que se trata es que nos genere asco el fenómeno más que las personas y así estigmatizarlo y subordinarlo, especie de sanción social contundente, que nos permita reconstruir la buena vida social y ciudadana.
Asco, en el sentido más simple, significa algo que ofende al gusto y aparece como un mecanismo de supervivencia. Es una muy fuerte respuesta primitiva y automática de rechazo hacia aquello que puede dañar o infectar. Atajar la corrupción en forma, entonces, implica sentir asco hacia ella, pues es algo que estropea seriamente el tejido social y tiende a contagiar personas con baja moral. Ante la violación de reglas morales sustanciales como en la corrupción, en ese caso el asco estaría asumiendo el papel un buen protector de la dignidad humana y el orden social. Es, entonces, un muy buen modo de rechazo a un marco de valores de los corruptos que se considera degradante y que choca totalmente con el propio.
El asco es así una emoción pro-social, porque conduce a apartarse de aquello y aquellos cuyos comportamientos generan asco, llega a funcionar como una fuerza disuasoria de comportamientos que son moralmente inapropiados. ¡Enfrentemos con el asco la corrupción!