Arte como conciencia en Casa de la Memoria

Autor: Redacción
19 febrero de 2017 - 06:00 PM

La artista y crítica de arte comparte sus perspectivas sobre la exposición Imaginarios, abierta al público en el Museo Casa de la Memoria.

Medellín

Úrsula Ochoa

Maestra en Artes Plásticas 
Crítica de Arte
Investigadora

Hablar sobre la eficacia de las obras de arte enmarcadas dentro de un ámbito social, que asuman justamente “lo social” en proyectos participativos y pacifiquen las tensiones de lugares determinados por situaciones de violencia y desarraigo, es hablar de la trascendencia de la obra de arte desde una perspectiva pragmática, es decir, de pensar en que algo es verdadero cuando funciona enfocado en el mundo objetivo o en la realidad sensible del contexto. 


Esto se cumple con acierto cuando las obras no están sujetas a las condiciones del mercado, en tanto que siempre resulta cuestionable estetizar los conflictos, la violencia o la miseria cuando se hace con la burda intención de lucrarse a través del dolor de los otros. Así, la tesis sobre el arte social siempre genera en los escépticos sentimientos encontrados; sin embargo, cuando la estética y la democracia coinciden, aparece una manera de pensar el arte como totalidad que se fundamenta en la esfera de las interacciones humanas, más que en la aceptación de un espacio exclusivo para unos pocos privilegiados de la cultura.


En Medellín tenemos un museo que nos presenta el arte como conciencia. Fundado en el 2006, el Museo Casa de la Memoria se interesa por hacer de las vivencias personales y colectivas un material que, a través de la expresión artística abrazada a testimonios actuales e históricos nos permite a una colectividad fragmentada, sanar las heridas para integrarnos al mundo con un poco más de esa esperanza que puede reconocerse como transformadora.


Actualmente y hasta el mes de marzo se presenta la exposición Imaginarios, un encuentro en el tiempo que reúne las propuestas ganadoras de los estímulos Imaginarios de una vida en paz abiertos por el Museo a comienzos de 2016. La exposición es toda una sinergia donde el espectador tiene la oportunidad de sumergirse en momentos e historias marcadas por situaciones de conflicto donde se narran procesos de adaptación y participación en una ciudad como Medellín y en un país doliente como Colombia. Así, diferentes ambientes, y proyectos se concibieron desde dinámicas como la creación de micro relatos, espacios de diálogo sobre la construcción de la paz en diferentes territorios, historias realizadas por habitantes de la ciudad sobre cómo asumen la vivencia de un sitio específico, recorridos por diferentes barrios que fortalecen la construcción de un tejido social tolerante, así como talleres que permitieron recuperar el sentido de reconciliación de los participantes. Cabe destacar que los procesos de mediación fueron de vital importancia forjando un guion de contenidos que edifican el sentido total de la muestra, siendo entonces una exposición funcional a partir de los dispositivos de interacción que dejan un recuerdo en los espectadores. La curaduría muestra un trabajo arduo y se destaca el compromiso de todos los que hicieron parte de ese gran proyecto. En términos museográficos la muestra es atractiva, lúdica e impecable y matiza una armonía especial entre el mobiliario, el componente infográfico, los resultados de los procesos y las piezas que se exhiben allí.


Que el mal uso de algunos artistas hacia las realidades adversas haya manchado quizás una de las funciones más nobles que se ha propuesto un medio donde se distinguen las clases sociales, no debería empañar la labor de quienes ven en el arte la manera más eficaz para transformar realidades asumiendo con valentía la creencia en que “el hombre es bueno” como lo afirmó Rousseau, porque pueden hacer reflexionar a los escépticos que pensamos que “el hombre es malo por naturaleza”.

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