La sola idea de castigar a quien deje de participar en elecciones es un exabrupto que contradice la esencia del voto como libertad de elegir.
Entre las bombas que el Gobierno Nacional anunció para la reforma política que pretende imponer como parte de los acuerdos con las Farc se encuentra la de imponer el voto obligatorio.
Este mecanismo exótico a las instituciones liberales pasea como fantasma de la democracia, gracias a falacias de mentes autoritarias que buscan estrategias para coaccionar las libertades ciudadanas.
La sola idea de castigar a quien deje de participar en elecciones es un exabrupto que contradice la esencia del voto como conquista suprema de la defensa de las libertades individuales. Es que con él, los ciudadanos podemos, o no, participar; y podemos, o no, escoger con buen criterio a nuestros gobernantes que dirigirán la sociedad. Por pertenecer a todos, el voto nos hace iguales para elegir y para controlar a los elegidos.
Imponer al voto exigencias propias de las tiranías reniega de los procesos de formación y maduración de los derechos y libertades ciudades, la idea del voto obligatorio tiene escasos adherentes. En Europa sólo lo han impuesto Bélgica y Luxemburgo y en América Latina apenas se impuso en Bolivia, Ecuador, Argentina, Brasil, Costa Rica y Uruguay. Los expertos no admiten que su existencia haya creado cultura ciudadana o una participación calificada.