Si gana Duque, dentro de cuatro años tendrán la posibilidad de competir de nuevo por la presidencia, porque este candidato respeta las leyes de juego de la democracia
Si, en efecto, como dijo Cesar cruzando el Rubicón, la suerte está echada. Hoy cada ciudadano al depositar su voto determina el futuro de la nación. Sí, de Colombia y no sólo del próximo periodo presidencial, porque lo que está en juego es si se preserva la democracia, que permite el ejercicio electoral cada cuatro años para continuar o modificar el rumbo del país, según la voluntad plural de los ciudadanos; o se cae en el abismo de la dictadura castrochavista, que nos conducirá por un larguísimo tiempo -como en Cuba Venezuela- a la opresión, la represión, la corrupción empotrada e imposible de superar y el hambre del pueblo, y que nos convertirá en un narcoestado paria en el mundo.
Porque no se trata de una elección entre candidatos con distintos programas dentro del marco de las instituciones democráticas y la economía de mercado en un estado social de derecho, sino de una, entre quien encarna esos valores, Iván Duque; y Gustavo Petro, quien, espera construir una dictadura unipersonal apoyada en el monopartidismo para construir un modelo socialista.
Las instituciones colombianas, contrario a lo que muchos creen, son fuertes. Ni siquiera el ensayo de demolición que ha intentado Santos durante estos ocho años, lograron destruirlas. A pesar del fraude de 2014, que lo llevó a la presidencia por segunda vez, de la mermelada con la que corrompió a muchos miembros de poder legislativo, a pesar de cooptar y seducir con ventajas ilegales a miembros de la rama judicial, a pesar de torcer la imparcialidad de importantes medios de comunicación a punta de pauta; a pesar de todo eso, perdió, primero, el plebiscito de 2016, en el que se le concedía a las Farc ventajas inaceptables, se revictimizaba a las víctimas de éstas y se debilitaba gravemente nuestra estructura democrática; y, luego, el 27 de mayo pasado, la primera vuelta presidencial.
No obstante las dificultades, las ideas pudieron ventilarse, gracias al impresionante soporte de la ciudadanía a la oposición democrática y al derrumbe moral y político de Santos, cuya primera evidencia fue, precisamente su derrota en el plebiscito, primero, porque, por primera vez, no pudo controlar el poder electoral; y después, por haber hecho caso omiso a semejante hecho, imponiendo, contra la voluntad popular, los acuerdos con las Farc sin tener en cuenta las observaciones cruciales de la oposición, lo que dejó al descubierto su verdadera faz. Esto, y la evidencia de cómo repartía la mermelada a los Ñoños de este país, la corrupción inimaginable por el escándalo de Odebrecht, y la existencia de los distintos carteles -de la toga, de la hemofilia, de la alimentación de los niños, etc., lo sumió en el repudio y el desprestigio incontenibles ante la opinión pública y lo debilitó irremediablemente.
En este contexto político se ha venido desarrollando la campaña. La del Centro Democrático inició con una competencia interna que se escenificó en el país y permitió construir un programa y tener un candidato: Iván Duque. La consulta entre este y Ramírez y Ordóñez para dirimir el candidato de la oposición, le dio plena visibilidad nacional, pasando por encima la dificultad de no tener medios masivos propios que lo apoyaban, lo cuales, por el contrario, siempre lo atacaron, lo que confirmó, una vez más, que estos ya no fijan la opinión de la gente, que se informa por otros medios: la actividad presencial continua y las redes sociales. Santos no es el dueño de la opinión.
Los debates y las declaraciones permitieron que la gente ahondara en las propuestas y el talante de los candidatos. Los colombianos pudieron seguir la coherencia en los planteamientos de Duque; o, el cambio de posiciones políticas, o hasta la negación de estas, como en el caso de Petro, para conseguir ingenuos.
En resumen, pudo debatirse, la gente opinó y, en términos generales, ha tenido la suficiente información para hacerse a la posibilidad de un voto informado. A pesar de Santos. Por otro lado, la primera vuelta presidencial confirmó, por su parte, que el presidente ya no puede manipular los resultados electorales, lo que produce cierta tranquilidad en que se garantizará el resultado.
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Ahora bien, la democracia tiene una paradoja: permite competir a quienes utilizan los mecanismos que ella establece, para destruirla. Fue lo que hizo Chávez en Venezuela el 2 de febrero de 1999. Es lo que pretende Petro el 17 de junio de 2018. Por eso es que hoy todos debemos salir a defenderla votando por Duque, independientemente de las diferencias que tengamos. Liberales, socialdemóctras, izquierda democrática, conservadores, cristianos. Si gana Duque, dentro de cuatro años tendrán la posibilidad de competir de nuevo por la presidencia, porque este candidato respeta las leyes de juego de la democracia. Si gana Petro, nadie que no sea él será presiente en 2022. A pesar de lo que diga. Y cada uno de los indecisos lo sabe.
Algunos intelectuales y columnistas de oficio motivados por el odio a Uribe prefieren votar por Petro con el argumento de que Duque es la encarnación del expresidente a quien detestan porque venció militarmente a la guerrilla. Ellos no necesitan ningún argumento para votar por Petro, salvo el de que comparten su trayectoria y su verdadera agenda. Lo del odio a Uribe es, para ellos sólo una manifestación de su odio a nuestro sistema democrático. Alia Jacta est. A salvar la democracia colombiana.