Una conversación con el director de la Galería de la Oficina de Medellín, espacio que este 2017 celebra 45 años, con exposiciones de grandes maestros.
Hablar de Alberto Sierra significa relatar capítulos fundamentales en la historia del arte nacional. Su nombre tiene que ver con hechos como la creación del Museo de Arte Moderno de Medellín, la realización del primer Coloquio de Arte No Objetual, así como con artistas que dejaron de ser locales gracias a sus exposiciones. Y no todo es pasado: él conquistó a la crítica especializada en Madrid, en Arco 2015, cuando España lo vio en decenas de periódicos y revistas. Recientemente, Sierra fue elegido por la Alcaldía de Medellín para recibir el Premio Vida y Obra 2015, así como por el Concejo de la Ciudad y la Junta de Cultura de El Poblado (el pasado diciembre) para ser homenajeado por su trayectoria con el Premio San Lorenzo de Aná 2016.
Es él un hombre del arte, de lo visual como pensamiento, palabra, alma, vida y obra.
Cuando el pequeño corredor de la entrada (uno de escaso metro y medio) desaparece, para que quien llega a la Galería de La Oficina pueda ver su patio, ese recinto pintado de azul cielo, con uno de los animalitos dorados de Sara Herrera en las paredes, donde reposa una de las lutitas de Hugo Zapata; la camisa blanca de Alberto Sierra refleja el sol de la mañana, que contrasta con los hierros, maderas y lienzos que tiene detrás, materiales de obras hechas por maestros como John Castles, Beatriz González, Luis Fernando Peláez.
Entre cantos de pájaros y el ruido de los autos que circulan por la calle 10 de El Poblado, lugar en el que está su espacio para las artes, su voz suave le basta para aceptar que es un hombre difícil, que la facilidad es aburrida. Sonríe ante esa premisa de: “dicen que usted es complicado, de carácter fuerte, difícil”, y, entonces, con picardía cierra los ojos, porque no es la primera vez que escucha esa serie de palabras.
Ahí está sentado, apoyado en un escritorio junto al patio, siempre viviendo entre periódicos, con una taza de café a su lado y teléfonos que no paran de sonar, la mayoría de veces por llamadas de quienes le piden consejos. Sí, de quienes insisten en que el hombre difícil les dé sus juicios, sin piedad, viaje directo oído-alma.
Pantalón, camisa, correa, zapatos de cuero, anteojos y cabellos blancos, ese es el conjunto que lo dibuja por fuera, aunque por dentro los colores y formas son otras, como las pintó en esta charla con Palabra&Obra, a propósito de que este 2017 su Galería de La Oficina celebra 45 años de vida en el arte.
Alberto, ¿cómo ve hoy a Medellín en el tema de artes visuales?
Me da la impresión de que hay más estabilidad pero menos cosas nuevas. Me parece que los tres museos que tenemos (Museo de Arte Moderno, Museo de Antioquia y Museo Pedro Nel Gómez) nos dan la impresión de habernos vuelto más institucionales, pero no pasa nada más allá de ello. Nos falta la renovación. Puede que algunas galerías lo hagan, pero creo que debemos hacernos notar más.
Los nuevos artistas de esta ciudad parecen no tener tanto eco, si se miran ante lo importantes que fueron en sus inicios algunos creadores de generaciones pasadas...
Hay una especie, no tanto como de vanidad, sino de ligereza, entonces no hay proyectos realmente a profundidad. Esa es mi impresión, puede que sea injusta; puede que estén en su comienzo, hay que poner mucho cuidado, yo sé que van a salir muy buenos artistas. Se están haciendo muchos review’s, ya muy cercanos, que dan la impresión de que no se está moviendo lo que sigue; eso puede ser algo interesante, como estar agotados con lo que inmediatamente nos pasó.
¿Cómo ve que el Mamm vaya a hacer nuevamente este año el Coloquio de Arte No Objetual?
El Coloquio es de 1981, ellos están haciéndolo ahora con una orientación nueva, más de ciudad, parece que la persona que lo hace, que es de México, es muy responsable. Ella vino y conversamos. Esto tiene de bonito que hay una manera de aprender a hacer curaduría, porque dentro de un espacio nuevo para ella es atrevido hacerlo sobre arte urbano y arte no escritural, no es tan sencillo, es un reto y el Museo lo asume alrededor de esta niña.
¿Ha logrado esta ciudad construir coleccionismo?
Yo creo que el coleccionismo va a resultar más interesante con los muy jóvenes, porque hubo una época en que se compraban muchas obras de arte, pero no se compraban realmente para alguien que debería tenerlas. Fue la época de la mafia y todo esto.
Ahora se están volviendo a comprar obras muy costosas, porque todo es review, en este momento es una reconstrucción, una encima de otra.
No se ha vuelto a vender casi la obra que es querida como obra de arte, esa obra que compra una pareja porque quiere tener obras de arte, pero en un sentido muy sano: queremos ir formando la casa, los hijos, con obras de arte, eso es un fenómeno que se ha perdido un poco.
¿Cómo se siente en este momento? ¿Ha valido la pena todos estos años de lucha, tener un lugar como este por 45 años?
Se cumplen 45, este año es un año muy importante con todo lo que ha pasado con la guerrilla. Para mí, es maravilloso ver hasta dónde se pueden hacer todas las cosas, de pronto no hacer tanto esfuerzo, pero ver hasta dónde llega.
Sí ha valido la pena, yo lo asumí como una forma de vida y no como un negocio en el que yo deba estar de planta aquí y tratar de sostenerlo, pero se han hecho más cosas de lo que cualquier otra galería haya hecho, por lo menos por su entorno.
¿Qué destaca de estos 45 años?
No es por la Galería, pero en cierto modo se nos abrieron muchas puertas y se mantuvieron ciertas ideas como más sorpresivas; por ejemplo lo del Coloquio, que es citado en este momento internacionalmente como uno de los eventos mayores que se hayan hecho, el Museo de Arte Moderno, una revista de arte y cosas inconclusas que ningún alcalde, ninguna autoridad, ha sabido sostener, por ejemplo el Parque de las Esculturas. Han sabido mantener, el Festival de Poesía, pero esto no por una concepción muy estrecha, entonces dejan todo, ese de las Esculturas ya no existe como parque.
¿Por qué no se logró que esta ciudad, la ciudad de las bienales, del Festival de Poesía, de la Feria de las Flores, de la Fiesta del Libro, la “innovadora” y “desarrollada”, fuera una ciudad representativa en el calendario de la plástica, con una conexión mayor con las artes, en qué momento se quedó ese proceso?
Eso me parece un poquito extraño, no hay como el aire, como fervor en la cosa, no hay como ganas de hacer grandes cosas, y Medellín pierde cada vez más su idea de tener complejo de ciudad, y el complejo de segunda ciudad es que yo quiero ser mejor que la primera, entonces eso lo dejamos de ser hace rato, porque nos metimos con lo más bobo de todo que fue haber hecho las bienales y después de eso pocas cosas se han hecho, mientras que Bogotá, pausadito, ha llegado a un público enorme. Obviamente allá hay más dinero, pero deberíamos estar mejor posicionados aquí.
¿Está a gusto en este momento con su carrera, su vida, su Galería?
No, yo estoy es cansado. Estoy muy contento de haber actuado todos estos años, por eso obviamente quiero que se celebre bien, porque todos esos esfuerzos no deben ser en vano. Vendrán exposiciones con grandes maestros, van a ver, empezaremos con Peláez.
¿Qué quiere decir con que está cansado?
Tengo 73 años. Eso es un montón de cosas juntas. No he estado bien de salud, los últimos meses me los pasé casi en cama. Entonces he podido actuar menos.
¿Qué opina de los museos de esta ciudad, cómo los ve y, sobre todo, qué les falta?
Están como a la medida de sus carreras, antes yo veo que hacen milagros con la aceptación social en el campo económico.
Me acuerdo de una frase de Manuel Mejía, que la gente piensa en las inauguraciones y en las exposiciones y no piensa en que eso es mundo de los días grises; los días grises son sostener un museo, entonces los museos pueden tener más de cien empleados, una cosa así, porque nos cogió una experiencia nueva sin tenerla.
Nos dimos cuenta de que teníamos mucho qué hacer y muchas cosas para mostrar, pero de un momento a otro, sin haber cultivado una clase social que debería estar sosteniendo un museo, y que eso lo empezaran a entender como una empresa y que esa empresa es la que está haciendo, es decir los tres museos importantes de Medellín son el Pedro Nel, el de Antioquia, el Museo de Arte Moderno, son los que proponen la cultura a nivel plástico, son los que suplen las deficiencias de una programación cultural en una campaña política, ellos hacen y ofrecen el producto, pero es generado por los museos, tenemos que hacer llegar más gente a los museos, pero no en el sentido competitivo, que nos volvamos fáciles, porque la facilidad y la atracción de la exhibición puede ser una cuestión ligera (llena de gente pero mala).
Si uno se pone a pensar cuántos siglos tienen algunos museos, nosotros tenemos un museo de 1861, que dijéramos dejó de actuar 50, entonces no hay experiencia, tenían unos términos digamos de caridad, nunca han sido de mostrar y a veces escogen directores que es una señora muy bien que no tiene mucho qué hacer, pero por eso están los museos en este proceso de escoger, hacer concursos, convocatorias para ver quiénes son los curadores, los directores, para todo, porque antes los elegía una decisión provinciana.
¿Y sus directoras?
Yo creo que sí estamos bien de directoras. Diría que se necesita un plan mayor, que es lo que creo que está tratando de hacer María del Rosario Escobar en el Museo de Antioquia, anda activando todo el Museo, no dejándolo enclaustrado, es como si viera en unos términos de gobierno, como una política de Estado, como que dice ‘esto se tiene que hacer, no vamos a dispersarnos’; que los museos cumplan lo que llaman la función y la misión de hacer qué.
María Mercedes González, del Mamm, es una mujer súper inteligente, fue muy acertado el nombramiento de ella, yo no pensé que una persona de afuera llegara con tales ánimos, entrar tan bien como entró en una sociedad que la podría desafiar por puro chovinista.
Hay quienes dicen que el Mamm no está conectado con Medellín, ¿qué opina?
No creo. Hay unas conexiones físicas que cualquiera diría que el más conectado es el Museo de Antioquia, pero al mismo tiempo es una especie de isla, que lo volvimos así por falta de política de Gobierno, es un espacio cerrado que todo el mundo dice me ‘muero del susto’, ‘me muero del pánico’. Entonces ya estamos muertos del pánico, decimos que ya acabamos con El Poblado, vamos a ir acabando punto por punto, yo no sé a dónde va a surgir una idea que vuelva a recoger, que vuelva a hacer que los edificios sean un orgullo, que las esculturas, la catedral sean del disfrute de todo; pero no, las vamos alejando, es una especie de cobardía, que eso lo tenemos todos.
Algunas personas del sector dicen que Alberto Sierra es muy difícil, ¿qué opina?
Ah, eso es bueno (risas).
¿Por qué?
¿Por qué tengo que ser tan fácil?, eso sí me parece una bobada, y así difícil me gusta. No es que me divierta, es que, de cierta manera, la gracia mía es que soy así. Qué bobada estar diciéndole sí a todo el mundo, entonces puede que uno esté equivocándose, pero hay una cosa de carácter que trata de mantener.
Si tiene que elegir sus mejores exposiciones, ¿cuáles mencionaría?
Son todas como de provincia, pero muy ricas. Una de autorretratos en el 75. Estaban Juan Camilo Uribe con la Cabeza parlante, eso sí fue un evento; Andrés de Santamaría que estuvo en una Galería de Sucre, que parecía un almacencito; Caballero; todo lo de Beatriz González ha sido maravilloso; he hecho unas colectivas que no volví a hacer que me encantaban: qué se piensa de lo que está sucediendo en relación a la imagen de San Sebastián, entonces la manera de tocarlo, porque era la manera de lastimar lo bello. Era el único que podía pintarse desnudo, porque así fue que lo mataron, al resto ninguno podía, entonces los artistas hacían el ejercicio académico, siempre el San Sebastián, siempre hay alguien que sufre, entonces en esa inquietud de que siempre el que sufre rodea al personaje es muy contemporáneo, entonces podría hacerse una historia de ciudades y de cosas alrededor de San Sebastián, es muy bonito.
Hice otra de arte erótico.
(…) A mí me han tocado, artistas que están al borde de un gran reconocimiento, entonces están en un punto como muy delicado como Jorge Julián Aristizábal y muchos que de cierta manera les ha correspondido responder más a gente del país como artista colombiano, no artista local, y artistas internacionales.
Nombres como el suyo y el de Aníbal Vallejo en el oficio de la curaduría son muy recordados en Medellín, ¿cómo ve la labor del curador local y nacional actualmente?
Yo creo que antes de la palabra curador, que fue un invento que nos hicimos a través del Museo de Arte Moderno de Nueva York, ninguno había estudiado curaduría. Entonces, hay personas que pueden perder la espontaneidad, como la manera de vivir en sociedad cuando los cohíbe la estructura de un montón de conocimiento que se va en datos, en palabras, quieren hablar entre críticos y no hay como una inclusión social, cada vez los salones nacionales ya no son nacionales, y es la idea de fulano de tal que los pone a hacer tal cosa.
No volvimos a ver sino un arte como muy intelectualizado y se ha perdido la frescura y se quitan opciones.
En un Salón Nacional, que ojalá lo hicieran como experimento de nuevo, todo el mundo mandaba, del Vaupés, no sé qué, y todo el mundo feliz porque el Gobierno se notaba en protección del arte, eran salones más difíciles, mucho más, y la gente luchaba por ser seleccionada. Ahora no, ahora hay un grupito que selecciona sobre el tema de la economía tal cosa y no trasciende nacionalmente.