Así molesten a los receptores, tales manifestaciones son recurrentes en la actividad política; respetarlas es inequívoco signo de acatamiento a la libertad de expresión
Los ciudadanos que han recibido a los candidatos de la Farc con chiflidos y denuncias consiguieron, como el niño del cuento de Hans Chrisitan Andersen, hablar de la desnudez del emperador, o sea la patraña de un acuerdo de paz que terminó en sometimiento del Estado colombiano, quitando la mordaza que los ciudadanos se habían impuesto por reverencia, desesperanza o miedo.
Aunque se han presentado unas cuantas inaceptables agresiones físicas, sin consecuencias, en la mayoría de las protestas han prevalecido las carteleras hechas a mano y los cánticos en los que los manifestantes han descrito a los candidatos como asesinos, secuestradores o terroristas, que lo son; o los han descalificado como políticos e insultado. Así molesten a los receptores, los calificativos que les endilgan delitos son verdades públicas, que si bien este Gobierno está decidido a pasar por alto, no es posible exigir que ni rechazo social despierten en la ciudadanía. En cuanto a los insultos, tales manifestaciones son recurrentes en la actividad política y saberlas recibir es inequívoco signo de acatamiento a la libertad de expresión, tan incómoda como necesaria para la democracia.
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Como lo han demostrado con sus declaraciones y amenazas, el ejercicio de la libertad en estas manifestaciones incomoda igual al Gobierno que a la Farc.
Ante las manifestaciones de ciudadanos que no se esconden tras máscaras ni se protegen con armas, la vicefiscal general, y antes negociadora con las Farc, ofreció penalizar a los participantes. A su altura se pusieron el vicepresidente y el comisionado de Paz, que señalaron, como no lo han hecho en actuaciones semejantes y en amenazas contra otros candidatos, que “de esos insultos a un acto de violencia sólo hay un paso”. ¿Así de acusiosos han sido frente a los insultos y linchamientos mediáticos contra candidatos de otros partidos?
Su reacción ante las protestas, reclamos y hasta insultos de ciudadanos que les señalan el incumplimiento que significa participar en política sin someterse a la justicia, demuestra la inmadurez democrática de la dirigencia fariana. La Farc había mostrado su incapacidad de aceptar la controversia con la tutela declarada improcedente, de Jesús Santrich contra la periodista Salud Hernández-Mora. En gesto de la misma índole, declaran que “es difícil mantener quieta a nuestra gente cuando ven estos actos de violencia en contra de nosotros”, según dijo Timochenko, al parecer todavía comandante, a la W Radio. Tras dejar esta soterrada amenaza, la Farc suspendió su campaña para exigir silencio de los demócratas que los controvierten, no, como hubiera sido una señal de sensatez, para reconocer las razones del rechazo y reorientar su estrategia política de manera que con humildad respete los pasos lógicos que sus líderes deben dar antes de pretender ser aceptados como prohombres.
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Los términos del acuerdo con las Farc, incluyendo aquellos que hoy revelan personas como Imelda Daza cuando declaran que hubo compromiso de participación política sin responder a la justicia, dieron vida a un descontento ciudadano que ha crecido como bola de nieve. Detenerla con censura y amenazas, como hacen Gobierno y Farc, es propiciar su crecimiento hasta formar un alud que todos lamentaremos.