Vivimos tiempos complejos, con desestructuras en todo sentido, un caos urbano denso, con un imaginario de ciudad que no existe, con problemas pasados, pero no resueltos, con deudas sociales como herencia.
En este propósito de construir ciudadanía antes que ciudad en América Latina, hemos intervenido municipalidades donde nunca había participado la comunidad ni en una sóla decisión, ningún gobierno los había escuchado en lo absoluto. Nos pasa mucho esto en los lugares a los que vamos, es como si entráramos a un lugar extraño donde ahora todos dizque llegaron a enseñar, todos son maestros, que entre otras, usan la frase “por ejemplo yo” para dar cátedra de algo que puede no ser necesario para nadie. Pienso que hoy la fortaleza es aprender, no enseñar.
El ejemplo es implacable, lo que no enseñe el ejemplo nada lo podrá hacer. Lo digo porque los grandes maestros que he tenido en mi vida realmente no pretendían enseñar, provocaban, todo el tiempo proponían otro punto de vista, no daban las respuestas, nos llevaban a ellas.
En medio de esta reflexión, también recordaba esos profesores que llevaban años de docencia, con una experiencia impecable del ejercicio de su profesión que nos exigían que nos aprendieramos al pie de la letra todo lo que nos enseñaban, lo recitaban durante las dos horas de clase sin parar y había que grabar y tomar nota, porque de lo contrario el resultado del examen sería cero. Y de eso no hace mucho, estoy hablando de hace unos pocos años no más. Lo que pasa es que ese docente que llega siempre puntual, bien vestido, hablando duro, llamando a lista, lleva repitiendo durante años ese discurso que exigía a sus estudiantes que se aprendieran en menos de un semestre. No se cual será el futuro de una población a la que alguien se atreve a calificar con cero o con uno, pero en temas de construcción ciudadana evitamos calificar, y más descalificar, todos estamos aprendiendo de todos, de todo.
De esos maestros que motivan y enseñan a leer, que despiertan inquietudes y definen rutas profesionales existen 320.043 en Colombia (Fecode, 2016), pero de ahí a que todo el que quiera enseñar lo pueda hacer realmente, me parece que no, pues no se enseña con el discurso, se enseña con la acción, se desestimula al otro con la incoherencia, con una retórica contraria a lo puesto en marcha, y de eso sí que estamos llenos en está América Latina. Cada personaje da cátedra de honorabilidad y honradez con mil actitudes descalificadoras. Y me pregunto entonces, ¿de qué le sirve invertir en la construcción de ciudadanía sí todo el tiempo se está evidenciando que cada cosa que pasa es para destruirla? No sirve para nada, porque ni los que enseñan lo hacen como tiene que ser – con el ejemplo-, ni los que aprenden confían en lo enseñado, porque es otra cosa la que ven: este círculo de la desarticulación es imposible de conciliar.
Vivimos tiempos complejos, con desestructuras en todo sentido, un caos urbano denso, con un imaginario de ciudad que no existe, con problemas pasados, pero no resueltos, con deudas sociales como herencia y ahora con próceres deslegitimados por sus actos, pues la falsa modestia es su estilo de vida, y piensan que pueden enseñar a ser ciudadanos parándose encima de otros. De estos gobiernos caóticos de todo el continente, siento que son como el buen padre de familia que amarra los cordones de su hijo para seguir rápido en la marcha, pensando que ahorró tiempo, cuando realmente lo perdió, porque su hijo los sabe amarrar bien, independientemente de lo que se demore haciéndolo, el niño esperaba que se le diera la oportunidad.
Estamos en medio de un sistema en el que hay afán desmedido por imponer a la ciudadanía lo que unos pocos creen que es mejor, sustentándose estudios superficiales que sólo aumentan el ego de los que los hacen y desconocen las necesidades de los que los padecen. Pienso que ya es hora de que nos dejen amarrarnos los cordones, así sea impopular esperarnos un poco más, así nos demoremos para seguir caminando.