Antiguamente las bocinas públicas fueron aliadas para conectar a las personas distantes. A través de ellas se tejieron romances y se marcaron las prácticas comunicativas de generaciones pasadas.
Los teléfonos públicos que aún existen en la ciudad de Medellín ya no conservan ese color rojo fulgurante que los hacía resaltar dos décadas atrás. Su apariencia opaca es solo el reflejo de una existencia decadente e ignorada. Quienes se sientan cerca de estos aparatos en alguna esquina atestiguan como pasan las horas sin un usuario que levante sus bocinas.
Ya no son confidentes de los conversadores porque la tecnología los condenó al olvido progresivo. Según el maestro en telecomunicaciones y docente de la Universidad de Medellín, John Quiza, hoy día casi todas las personas cuentan con teléfonos móviles -aunque sean de gama baja- que además tienen cobertura en todas las zonas del país.
Las cifras hablan por ellas mismas, según el Ministerio de Tecnologías de la Información y las Comunicaciones, en la actualidad los celulares son el aparato más usado para comunicarse en Colombia. De acuerdo con los datos de 2017, en el territorio nacional se contabilizaron 62,2 millones de líneas móviles, es decir que hay 1,2 de ellas por cada colombiano.
A pesar de su desuso, no se puede dejar de tener en cuenta el significado que tuvieron las cabinas públicas en años pasados, de esto da cuenta el docente de sociología de la Universidad de Antioquia e investigador urbano, Omar Urán.
El profesor recuerda que todas las grandes ciudades tenían teléfonos públicos cerca a los parques o a los grandes centros de negocio. Las bocinas tenían distintos usos dependiendo de su ubicación, si estaban en una zona céntrica -las llamadas eran ágiles- pero si hablamos de las coquitas de barrio, como eran conocidas popularmente, -se utilizaban para hacer visita- menciona.
Mirando en retrospectiva, el sociólogo explica que los adolescentes le daban el toque distintivo a los teléfonos públicos. Acostumbraban a cuidar sus romances por medio de esas bocinas y cita que frecuentaban estos aparatos para saber como estaban sus parejas en otro punto del mapa local.
Uno de los conflictos chistosos al rededor de las cabinas -dice el investigador- partía de las filas formadas cuando alguien sostenía largas conversaciones de carácter social, “todo eso era parte del escenario en aquella época”.
“Otra práctica con esos teléfonos -muy recreada en las películas- eran las llamadas amenazantes, que ofrecían el anonimato para quien las hacía, no todo era amor”, agregó.
Así mismo, trae a la mente las bromas que se hacían aprovechando las dichosas coquitas. -Yo precisamente las hice- confesó. “Llamaba a la casa de una amiga o un amigo y les decía que los estaba citando la Fiscalía”.
Medellín fue una ciudad destacada por su cobertura de telefonía pública -defiende Urán- enfatizó en que había una cabina casi en cada esquina y muchas de ellas llegaron a ser completamente gratuitas, una política de comunicación -a su juicio- digna de destacar por su pertinencia social.
Aunque a los nativos digitales tal vez ni les quepa en la cabeza el sentido de un teléfono público -cuestiona el profesor- hace 30 años no habían celulares, al llegar a una ciudad extranjera y encontrar una de estas cabinas el visitante sentía un alivio -añade- “ese artefacto le permitía ponerse en contacto con el amigo o el conocido que tenía en ese lugar”.
El ingeniero electrónico y doctor en telecomunicaciones, Leonardo Betancur, señala que las cabinas públicas llegaron cuando llevar información de un lugar a otro todavía representaba una alto grado de dificultad.
El experto asegura que la infraestructura para habilitar telefonía fija tenía un elevado costo. Esta cobertura exigía gran cantidad de cobre para habilitar una cabina telefónica “eso era oneroso para la compañía de servicios”. Por eso -argumenta- no se podía habilitar una línea en cada vivienda.
Los teléfonos públicos -destaca Betancur- eran antiguamente un bien común que le permitía a los pobladores comunicarse a través de las distancias. “Todos dependían de esos aparatos aunque los costos para interconectar las redes telefónicas nacional e internacionalmente era igualmente elevados”.
“Ya con los años se empezó a adoptar esa tecnología, se masificó y así comenzaron a aparecer los teléfonos en las casas”. Esta situación -aclará el ingeniero- es conocida como una pirámide de innovación, adopción y apropiación tecnológica.
Esto ocurre -de acuerdo con Betancur- cuando una empresa o unos científicos generan un producto nuevo, pero ese producto nuevo vale mucho dinero. “Ejemplo: un chico quiere comprar el último Iphone -que puede valer $2.000.000 en el mercado- pero si uno se pone a mirar, un teléfono inteligente hoy día, con buenas prestaciones, cuesta $300.000, hace diez años costaba $1.000.000”.
La infraestructura -apunta el doctor- ha mejorado, los servicios han superado las expectativas y se vuelven cada vez más baratos y mejores. Actualmente ya no se necesita un teléfono fijo en la casa -prosigue- estamos ante una evolución que provoca el desplazamiento de los artefactos viejos.
A juicio de Betancur los teléfonos públicos ya son muertos: “Son unos dinosaurios y la naturaleza nos ha ensañado que la evolución no la para nadie. Nosotros los humanos hemos evolucionado, hace 10.000 años vivíamos con tapa rabo y rompiendo piedra, en el presente podemos viajar al espacio exterior y regresar en 24 horas”.