El presidente Donald Trump ha reorganizado sus fichas y está listo para jugar la siguiente partida a su manera.
Aunque Rex Tillerson no era ningún avezado en diplomacia y su llegada a la política se había dado desde el sector privado, donde se desempeñaba como director ejecutivo de Exxon Mobil desde 2006, durante el año y trece días que ejerció como Secretario de Estado de los Estados Unidos se esforzó por actuar desde la ortodoxia, es decir, con el tacto y la prudencia que requieren las relaciones internacionales, algo que, con un hombre como Donald Trump al mando, terminó convirtiéndose en el amortiguador de muchas de las más insólitas, agresivas e improvisadas salidas del mandatario.
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Quizá por ese talante la mayoría de las reacciones de la comunidad internacional, tras conocerse el martes la decisión de Trump de cesar a Tillerson de su cargo y en su reemplazo postular a Mike Pompeo, hasta ahora director de la CIA, reflejaron cierto pesar, cuando no mucha preocupación, pues es evidente que los cambios en la política exterior norteamericana no van a ser de poca monta.
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Desde la llegada del magnate al poder fue claro que el ingeniero y empresario Tillerson hacía parte de los funcionarios moderados del gabinete. Pese a que con absoluta seguridad conocía el talante de su superior, nunca renunció a su deber de intentar anteponer las vías diplomáticas a la belicosidad -por Twitter o por televisión- del presidente, lo que le fue convirtiendo en una piedra en el zapato cada vez más grande y más incómoda.
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Muestra de ello fue su oposición al anuncio de Estados Unidos de trasladar la embajada en Israel de Tel Aviv a Jerusalén, con lo que se rompió un consenso internacional de varias décadas y se desconoció toda una serie de resoluciones de Naciones Unidas sobre la ciudad santa. También fue insistente su pedido para que ese país no abandonara el Acuerdo de París sobre el cambio climático, y defendió reiteradamente que se respetara el Acuerdo Nuclear que Estados Unidos y otras cinco potencias firmaron con Irán en 2015 y que, a juzgar por el nuevo escenario, Washington podría abandonar en mayo próximo.
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Más recientemente, otros dos hechos apresuraron la decisión del mandatario de prescindir de Tillerson. El primero, el anuncio del propio Trump de aceptar la invitación para reunirse con Kim Jong-un apenas horas después de queTillerson asegurara que su país estaba "lejos" de cualquier negociación con Pyongyang y de que el presidente hubiera señalado que los esfuerzos del Secretario de Estado por distensionar las relaciones con Corea del Norte eran “una pérdida de tiempo”. Y el segundo, las fuertes críticas del saliente secretario a Moscú, pese a que en un comienzo se le criticó su amistad con el presidente Vladimir Putin, enfatizadas tras el episodio del espía envenenado en Gran Bretaña.
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Sin Tillerson en el camino y con la nominación de Pompeo, que debe ser ratificado por el Senado en abril, la política exterior se hará con el desdén que Trump siempre ha mostrado hacia esa cuestión, no solo porque el nuevo secretario tampoco tiene ninguna experiencia sino porque, como explicó el mismo presidente para justificar su nominación, “están siempre en la misma onda” y tienen “una forma de pensar similar”. Así pues, lo que se ve venir es una menor o nula mitigación de las salidas en falso del mandatario en las relaciones exteriores, lo cual será fuente de mayor conflicto con Europa en torno al Acuerdo Nuclear –que de paso Irán ya da por seguro que Estados Unidos abandonará-, con Medio Oriente por esta misma causa y por las omisiones frente a las acciones de Rusia en Siria, y con Corea del Norte, donde Trump se va a jugar una carta extrema: o Kim se doblega o la posibilidad de un “ataque preventivo” tomará tanta fuerza que se convertirá en una amenaza cierta, pues entre los egos de ambos tampoco hay mucho lugar para la mediación.
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Mientras seguramente un contrariado Tillerson empezaba a empacar las cosas de su oficina, Trump conocía el martes los prototipos del muro que insiste en construir en la frontera con México. Un hecho simbólico en el que queda clara su radicalización. El presidente ha reorganizado sus fichas y está listo para jugar la siguiente partida a su manera.