Amos Oz resolvió una vez más, frisando los ochenta años, lanzar un yo acuso a políticos y políticas que, a su juicio, están llevando el país a un desastre de amplias dimensiones.
En pocas y reducidas páginas Amós Oz resolvió renovar su filosa ofensiva en contra de líderes y grupos que en Israel reclaman la conquista de las imaginadas fronteras bíblicas - y algo más si es posible –con el riesgo de perder sin remedio lo que el país ya posee, incluyendo el régimen democrático que ha resistido a la fecha todos los embates, desde David Ben Gurión a Binyamín Netanyahu y Naftali Bennet.
Con el consejo y el apoyo de más de sesenta lectores que revisaron estas breves páginas antes de su final publicación, Oz resolvió una vez más, frisando los ochenta años, lanzar un yo acuso a políticos y políticas que, a su juicio, están llevando el país a un desastre de amplias dimensiones.
Alberga este libro tres secciones. En el arranque pregunta:” ¿cómo curamos a los fanáticos?” Y a renglón seguido contesta que tal cuestión no le interesa. Juzga más urgente e importante disolver los fanatismos y las inclinaciones afiebradas y dogmáticas que presiden a todos los credos religiosos que hoy nos agreden en múltiples lugares y formas: a hombres y mujeres por sus particulares preferencias sexuales, a los inmigrantes que buscan algún asilo en Europa, a familias palestinas asediadas por la violencia. Delitos que emanan, a su juicio, de un demente fanatismo.
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Estos apuntes lo llevan a recordar sus años infantiles en la Jerusalén de los años cuarenta, periodo en el que un filoso síndrome neurótico condujo a quemar sin distinción iglesias y templos, a pedir la muerte de presuntos pecadores y a reclamar a los cielos la redención final.
Oz confiesa: “en mi infanciajerosolimitana también yo fui un pequeño fanático sionista-nacionalista…Ciego a todo argumento contrario a las ideas judías y sionistas que predicaban los adultos… Sordo respecto a argumentos adversos a estas posturas…También yo arrojé piedras a los británicos y tomé parte en la intifada judía contra el dominio colonial…”
Pero al transitar sus días, el escritor se libera de este síndrome y descubre que las prédicas y las personas presentan múltiples matices; definitivamente, blanco y negro no son las únicas posibilidades. Contra el fanatismo- enfermedad contagiosa- prescribe la curiosidad, la imaginación y el buen humor.
En el siguiente capítulo Oz aborda el judaísmo como cultura, no sólo como religión. Los libros – nunca la fe – constituyen su esencia. Y no es accidente que los judíos no apelan a ningún Papa para resolver enigmas; al contrario, prefieren la duda sistemática y el espíritu científico como caminos hacia la verdad. Señala: “Los judíos no construyeron pirámides, ni altas catedrales, ni la muralla china, ni el TajMahal… Sólo crearon textos para ser leídos en familia o en los encuentros festivos…” Así, la pluralidad es la esencia del judaísmo. Lo importante son las luces y no la luz, las ideas y no la idea. Y con este ánimo subraya que cabe recordar sin pausas a rebeldes como Elisha Ben Abuya, a Spinoza y a Heine- incluso a Jesús- personajes que deben retornar e incrustarse en la memoria de los judíos.
Subraya una y otra vez: la cultura laica en Israel no es menos sagrada ni menos noble que la rabínica: Agnon, Bialik, Berdicheski, Alterman, Lea Goldberg, Buber: personajes no menos importantes que algunos rabinos que vocean prédicas hostiles a la cultura universal. Y concluye: la delimitación de las fronteras físicas del país es tema marginal; decide lo que está dentro de ellas. El pasado es importante, mas no debemos ser sus rehenes.
Las últimas páginas aluden a los probables futuros de Israel. Si la paz con los vecinos no se logra, se acentuará el peligro de una dictadura orientada por el nacionalismo religioso. Considera que, con la excepción de la guerra de los seis días, Israel no ha conocido victorias hasta el presente en ninguno de los enfrentamientos que le siguieron. Ha perdido menos soldados y menos tanques, sin obtener decisivos resultados.
Oz insiste en que el judaísmo mesiánico que hoy gana terrenos conduce a una nueva diáspora. Y apunta sin inhibición alguna: “quien desee declarar la guerra al Islam para retener el monte jerosolimitano – que así actúe si esto le complace, pero sin mí, sin mis hijos, sin mis nietos…”
Concluye: “Amo a Israel incluso cuando apenas puedo tolerarlo…Y si debo morir en la calle, buscaré una calle israelí…Temo el futuro… Hoy muchos aúllan y pocos escuchan...Lo que he visto aquí en mi vida es mucho menos y también mucho más de lo que mis padres, y los padres de ellos, soñaron… “