¡…y cien años después cayó Colombia!

Autor: José Alvear Sanín
15 febrero de 2017 - 12:00 AM

El centenario de la Revolución de 1917 nos tendrá ocupados durante todo este año.

El centenario de la Revolución de 1917 nos tendrá ocupados durante todo este año. La expansión secular de Rusia (que según Simon Sebag Montefiore en su reciente libro Los Romanov, a partir de 1.600 representaba 50.000 Km2 en promedio anual), continuada por los zares rojos hasta ocupar casi medio mundo, no se detuvo hasta la Perestroika, cuando el régimen hizo implosión por la opresión, el alcoholismo, la improductividad y el retraso tecnológico. Entonces los estados bálticos, los del Caspio, Europa oriental y las endebles repúblicas comunistas del África se sacudieron un yugo que mucho antes habían rechazado Yugoeslavia y China.

Repudiado como ideología y fracasado políticamente, el marxismo-leninismo estaba condenado a pasar al “basurero de la historia”. Con Rusia y China además, convertidas a un capitalismo de nuevo cuño, la celebración atronadora del centenario de la Revolución de Octubre no encajaría. 

No obstante, el fracaso global del comunismo se compensa actualmente con el crecimiento de la metástasis leninista de la Cuba de Castro, cabeza famélica y deplorable de un imperio misérrimo, formado por la Isla y la desventurada Venezuela, con tristes satélites como Nicaragua, Ecuador, Bolivia y El Salvador.

Poco tendrían entonces para celebrar los camaradas, si en este año del centenario no se registrase la caída de Colombia en sus garras, lograda por la infiltración solapada, omnipresente y eficaz del partido clandestino, con la colaboración de todos los movimientos marxistas del exterior, y por la traición infame de gobernantes, jueces y legisladores colombianos que, obedeciendo a un libreto atroz de 310 páginas, han suplantado la Constitución y avanzan a golpes de fast track, con diaria legislación espuria para llevarnos al socialismo del siglo xxi…

Sin duda alguna esta tragedia nos obligará a volver sobre los temas de la revolución y el comunismo con alguna frecuencia.

                                                                       ***

Hace algunos meses recomendaba esta columna la magnífica novela “El hombre que amaba a los perros”, de Leonardo Padura, merecedora de frecuentes ediciones y traducción a varias lenguas. Trata de la persecución  a Trotsky, convertido en chivo expiatorio y en traidor de la revolución, por parte de Stalin.

Padura condena su persecución y asesinato, pero pinta a Lev Davidovich como una especie de buen vejete, revisión errónea de un personaje tan cruel y obsesivo como su rival.

 

Para iniciar la inevitable ola roja del centenario, el primer libro que aparece este año es Une histoire secrète de la Revolution Russe, de Victor Loupan, donde Trotsky queda así retratado:

“Su ausencia total de escrúpulos y de empatía lo colocan, si puede decirse, por encima de Lenin en cuanto a crueldad y el encarnizamiento para eliminar todo adversario real o imaginario.  Si figura como víctima por causa de su exilio y asesinato en México, en 1940, por orden de Stalin, Trotsky no fue menos implacable que el ‘padrecito de los pueblos’.  Enfrentado al hombre de hierro, su altanería y megalomanía lo privaron de toda prudencia y causaron su pérdida” (Aletheia.org).

En reciente reportaje con la BBC, Padura hace, desde el punto de vista “políticamente correcto” en Cuba, algunas consideraciones sobre la Revolución en Rusia y en la Isla. Sobre Trotsky llega a decir que, posiblemente si hubiera triunfado, los mismos efectos revolucionarios se hubieran conseguido, tal vez con un millón de muertos, en vez de los veinte de Stalin… (http://www.revistaarcadia.com/agenda/articulo/leonardo-padura-sobre-el-fracaso-de-la-union-sovietica/61748).

Al fin y al cabo, el escritor vive en La Habana, y su posición, que no le acarrea consecuencias, deja la sensación de algún grado de tolerancia…, pero un cronista que lo siguió en Cartagena en el pasado Hay Festival, se fijó sobre todo en sus visitas a los supermercados, para poder regresar con algún mecato y detergentes.

                                                                       ***

Una imagen vale por mil palabras- Ante el guerrillero erguido y ceñudo, el bien remunerado “negociador del gobierno”, obsequioso y sonriente, se inclina, porque el Dr. Restrepo sabe que no lo han enviado a Quito a discutir, sino a entregar lo que queda.

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