Las posibilidades reales de los palestinos para ser aceptados sin dificultades en otros países del mundo serán harto limitadas
El reciente diálogo entre el presidente Trump y el primer ministro israelí Netanyahu que tuvo lugar en Washington implica, según algunos observadores, el probable colapso del eslogan- nunca fue hasta hoy más que esto- “dos estados para dos pueblos” en el Medio Oriente. Obviamente, no cabe excluir un cambio de postura o matiz en la Casa Blanca cuando especialistas en el tema y/o un viraje radical en las presentes circunstancias impongan una franca rectificación.
Con esta salvedad supongamos de momento que, en contraste con las actitudes adversas de Barack Obama respecto a cualquier anexión por parte de Israel de territorios palestinos, la Casa Blanca adoptará desigual postura. En tal caso, ¿qué situaciones cabe anticipar respecto a la calidad de los nexos entre israelíes y palestinos que en estas circunstancias habrán de despuntar? Distinguiré tres escenarios.
El primero imagina un amplio sistema político que incluiría a Israel de hoy y a una población palestina estimada en tres millones que, en la actualidad, habita Cisjordania y la zona este de Jerusalén. Estos nuevos ciudadanos se incorporarían con igualdad de derechos y deberes- exceptuando el servicio militar de la minoría árabe y de los sectores judíos ortodoxos conforme a la actual legislación israelí – a una globalizada y equitativa sociedad. Así, al verificarse elecciones nacionales y municipales con plena igualdad ciudadana los resultados se antojarán previsibles: los sectores de origen palestino y musulmán obtendrían una sustancial – tal vez mayoritaria- presencia en el parlamento y en el gobierno, y con el respaldo de este poder atenuarán el rasgo judío dominante que hoy preside a las instituciones públicas y a los medios de comunicación de Israel.
Este primer escenario conduce a esta pregunta: ¿son viables estas nuevas pautas de equitativa convivencia en una entidad política ampliada sin que previsibles conflictos le resten viabilidad y vitalidad? La respuesta de la derecha israelí hoy mayoritaria es resueltamente negativa. Se trata de una posibilidad que ésta jamás aceptará.
De aquí un segundo escenario: prefigura que el actual Estado israelí extenderá en el futuro el control de todos los páramos de Cisjordania –nombre que probablemente habrá de conocer cambios como resultado de este viraje– de suerte que la población palestina asumirá en estas circunstancias la condición de una abultada minoría desprovista de derechos políticos y nacionales. Para satisfacer las exigencias elementales de esta población secularmente rezagada y atenuar multitudinarias protestas, el así ampliado Estado israelí deberá movilizar recursos hoy escasos o inexistentes. Y a semejanza de Jerusalén oriental y de no pocos poblados árabes localizados en el país que apenas reciben apoyos similares a los que se conceden a las ciudades mayoritariamente judías, cabe anticipar que una inestable situación se repetirá – con superior amplitud e incluso violencia – en las regiones formalmente anexadas.
En tal caso, el Estado israelí territorialmente ensanchado deberá considerar dos opciones: alentar la emigración de los habitantes palestinos a países vecinos como Siria, Irak y otros, sin excluir a europeos y latinoamericanos, o instalar un sistema represivo similar al que se conoció en el sur norteamericano en siglos pasados. En estas circunstancias es previsible que Israel tropezará con efervescentes protestas desde múltiples ángulos: la izquierda liberal en el país, las comunidades de judíos y de israelíes que viven en el exterior, y la opinión pública internacional.
El tercer escenario pone acento en las opciones que la importante minoría palestina que habita Cisjordania - tres millones con altos coeficientes de natalidad – consideraría en el caso de no lograr una plena integración nacional y cultural en el marco de un solo Estado. Alentar por propia iniciativa la emigración sería una de ellas; actitud similar a la conducta que reveló la minoría cristiana en El Líbano a mediados del siglo pasado y, en menor escala, la copta en Egipto cuando se sintieron amenazadas por el dominio musulmán. Sin embargo, cabe suponer que las posibilidades reales de los palestinos para ser aceptados sin dificultades en otros países del mundo serán harto limitadas. Después del reciente diluvio árabe en Europa no es de prever que las puertas de este continente o de América Latina continuarán generosamente abiertas. Claramente, no faltan signos de un vuelco radical en este sentido con el ascenso de la derecha europea.
En estas circunstancias cabe anticipar que los sectores juveniles musulmanes- son demográficamente mayoritarios en la población residente en Cisjordania- multiplicarán las manifestaciones contestatarias mediante demostraciones multitudinarias con o sin la participación de la minoría árabe ciudadana en Israel. Actos que más temprano que tarde habrán de asumir modalidades de eficaz resistencia pasiva, estrategia que ha conocido sustantivos logros en otros países y culturas. Nueva modalidad que pondrá en áspero jaque al ampliado Estado israelí.
Si se estudian estos escenarios con el esmero y la profundidad que merecen se antoja razonable - incluso necesario- reconsiderar y recuperar las virtudes que contiene la fórmula “dos estados para dos pueblos” que Trump-Netanyahu hoy se inclinan a impugnar, es decir, la concertada coexistencia de dos entidades autónomas que tienen historia y cultura singulares sin excluir la libre cooperación entre ellas. Fórmula y postura que es la única, a mi parecer, que preserva tanto el carácter democrático y judío de Israel como la libertad de los palestinos para escoger el régimen que habrá de gobernarlos.