Félix Ángel plantea un debate sobre la actualidad de la cultura Metro y la manera en que hoy los ciudadanos ven este medio de transporte masivo, a propósito de hechos como grafitis pintados a sus vagones o delitos dentro de él.
Para aquellos que tienen cuarenta años o más y viven en Medellín, el Metro representa una obra de infraestructura que en un momento se identificó con el renacer de una “nueva” ciudad, con la esperanza de un mejor vivir entre sus ciudadanos. Después de dos décadas de duros años, sufriendo los efectos del narcotráfico, el narcoterrorismo, el caos, la inseguridad que esta plaga trajo a la vida regular de los pobladores con carrobombas, con matanzas a diestra y siniestra; pareció que los líderes a cargo del destino del municipio lograron ponerse de acuerdo para construir una obra que resolvería el problema de la movilidad e integraría la ciudad de norte a sur, siguiendo la directriz del valle y los asentamientos a lo largo del mismo, convirtiéndose en motivo de orgullo nacional por ser la primera de su género en el país. El Metro logró esos objetivos, merece el crédito.
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La campaña de comunicación que anticipadamente el Metro realizó tuvo efecto positivo entre la ciudadanía, aquella que tenía entonces 15, 20 años (y son los que ahora tienen cuarenta o más) la acogieron bien. Para el momento de la inauguración de la obra esa población estaba prácticamente “apropiada” del sistema, se sentía propietaria además de usuaria. El respeto provenía del concepto de que era un bien común y en común había que cuidarla. A tal punto llegó la concientización de velar colectivamente por la integridad del Metro, que dentro de una ciudad que continuaba deteriorándose sin control en otros aspectos (inseguridad, mal uso e invasión del espacio público, tráfico vehicular, etc.), en el Metro no se veía un papel en el suelo, la gente se abstenía de desmadrarse como finalmente debía ocurrir, dado que por sí solo no podía regular el comportamiento de una población inducida por la ineficiencia administrativa de alcaldías sucesivas y la injerencia del gobierno central , más interesados en politiquear que otra cosa.
Es decir, el ejemplo del Metro debió aplicarse en todo lo demás, holística, integralmente, pero no se hizo.
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La cultura del ciudadano en el momento de utilizar el Metro estuvo siempre desfasada de la cultura del mismo ciudadano en lo que a cualquier otro aspecto de la ciudad se refiere. Nadie se preocupó de ello. Por el contrario: se toleró el desorden con la disculpa de que el comercio informal era mejor que el desempleo, por ejemplo, aunque destruyera los patrones peatonales que habían sobrevivido en el Centro, a la Avenida Oriental. Mientras en el Metro un individuo hacia pacientemente la cola, pagaba honradamente el pasaje, evitaba la aglomeración y el atropello, en el resto de la ciudad ese mismo ciudadano, cuando podía, cruzaba la calle en diagonal con los semáforos en rojo, si tenía carro se metía en contravía, se montaba y parqueaba en las aceras, insultaba a los demás conductores que en su opinión le obstruían el paso, era capaz de balear a cualquiera que se interpusiera en su camino si estaba de afán.
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A ello debemos añadir los cientos de miles de motos y bicicletas cuyos conductores siempre han actuado como si fuesen dueños de la calle, cualquier espacio es válido para llegar a su destino, así ello implique entorpecer el tráfico, crear accidentes, innecesarios por demás. El acelere de este pueblo se mide en la forma como se desplaza, así no tenga que llegar urgentemente a ningún lado. Lo único que consiguen es demorar, atrasar, atascar y entorpecer el tráfico, pero poco importa, “porque a ellos no se les atraviesa nadie”.
Para aquellos que ahora tienen quince o veinte años, o apenas nacían o iban a nacer cuando el Metro fue inaugurado, es esa “otra cultura” la que les dicta cómo abusar de la ciudad, y el Metro está incluido.
En esa nueva generación “la cultura Metro” no tiene enraizamiento interno como fue el caso con la generación que le precedió. El acceso a la tecnología, trivializado por intereses económicos por supuesto, les ha creado una realidad en la que la existencia del Metro se descuenta. A pesar de los progresos en otros frentes como el Metro cable, el servicio se considera una deuda que no importa cuán eficiente resulte, que no compensa otras carencias que la ciudad ha sido incapaz de suplir cuando se compara con otras urbes avanzadas. Es decir, el bluyineo, el acoso y el robo son parte del repertorio normal del individuo en un medio de transporte que se presta para ello.
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Proyectos sociales posteriores como los famosos “parques biblioteca” están convertidos en estáticos elefantes blancos, sus operaciones suspendidas, cerradas, cuando no muertas del todo como la Biblioteca España, mal hechos, sin supervisión estricta, levantados con materiales pobres para mayor ganancia de los contratistas y quien sabe qué más. Los encargados de responder por la ciudad se dedicaron a coleccionar premios que a la hora de la verdad no significan nada, conseguidos por relaciones públicas (y las grandes sumas de dinero que estás demandan), para suplir de autoestima una población que está llegando al límite de la resistencia por el alarmante nivel de polución, la falta de trabajo formal, la inseguridad ciudadana, el incremento del crimen organizado, el irrespeto por los principios de civilidad, la congestión vehicular como resultado de infraestructura deficiente, y muchos otros problemas que han convertido la vida diaria en un infierno.
La frustración de la gente se equipara con niveles de violencia y angurria que rompen cualquier termómetro. A la gente la matan por un celular, por un par de zapatos, por una bicicleta, cualquier cosa que genere dinero utilizando cualquier método, excepto trabajar porque trabajo como tal no hay. El Centro y la periferia se le han entregado a los informales. Las instituciones culturales están atrapadas por anillos de deterioro que se entrelazan proscribiendo al peatón, sus audiencias desertan y disminuyen días tras día. Los barrios de otrora clase media y media alta como Laureles, Robledo y el Poblado ya están contaminados de los mismos problemas y no hay para dónde coger, ni siguiera para el Oriente, otra zona destruida por los ricos en su afán por evitar todo lo que odian de la ciudad y tener algún grado de tranquilidad, que ya se acabó, trasladando en el proceso los mismos problemas en lugar de tomarse el tiempo para prevenir el desastre en que se ha convertido la región, un molote de asentamientos sin control, sin planificación, sin ordenamiento, sin sentido común, es decir, sin verdadero desarrollo.
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Los actos recurrentes de vandalismo contra el Metro y el Tranvía de Ayacucho que se han registrado recientemente son el comienzo de un patrón que refleja todos los demás problemas que negligentemente se han dejado de solucionar, por falta de voluntad y miedo, y crean la pauta de un problema mayor que de no corregirse de alguna forma terminará por pauperizar la única obra de infraestructura que en un momento significó esperanza y verdadero progreso, en una ciudad que no tiene concepto claro del mismo, y en su lugar se la pasa apagando incendios o desobstruyendo inundaciones todos los días, y cree que con eso hace muy buen trabajo.
Los cuatro grafitis pintados en el Metro
1. 2012
El primer grafiti sobre el Metro fue visto en julio de 2012. Fueron tres grafitis a un mismo tren.
2. 2014
Fue en el estacionamiento del sector Madera (Bello), donde un joven y su grupo de grafiteros (provenientes de Bogotá) pintaron un grafiti en uno de los vagones del metro. Según la entidad, los hechos ocurrieron en octubre de 2014, en uno de los trenes que estaba sin operar y los responsables fueron capturados.
3. 2016
En marzo de 2016, grafiteros pintaron otro de los trenes. Fue en septiembre que la Policía capturó a los graffiteros. Según reportes, estos debieron compensar a la empresa Metro por los daños.
4. 2017
El pasado 22 de febrero, a las 3:00 a.m., en los talleres ubicados en Bello, un tren tuvo que ser llevado a los patios para ser lavado, por otro grafiti. En un comunicado, la empresa Metro informó que dos personas fueron sorprendidas por personal de vigilancia mientras intentaban pintar uno de los coches del tren. Sin embargo, al verse descubiertos los individuos escaparon y el tren no sufrió mayores afectaciones.