En la ciudad de Miami en la XIV Cumbre latinoamericana de gobernanza y marketing político se han reunido durante los días 11, 12, y 13 de abril algunas de las grandes personalidades de la política, junto con expertos en marketing político e investigadores universitarios.
Por Colombia, en el sector político, participó el primer día el presidente del Congreso, Mauricio Lizcano, quien pintó sin ambages un desolador panorama de la política mundial y latinoamericana. 
Demostró con videos y estadísticas de qué modo tanto en Londres con el Brexit, como en Colombia con el plebiscito, se impone una especie de ‘Post-verdad” (la palabra del año en 2016) a través de redes. Y dejó en claro citando encuestas como los partidos están en todos los países de últimos en los niveles de confianza.
En esa misma dirección expuse en el mismo evento dos días después una conferencia sobre la emergencia creciente en Latinoamérica de un fenómeno político, producto de ese desencanto por los partidos: los líderes antipolíticos o antipartidos.
Los cinco casos colombianos presentados fueron primero los conocidos alcaldes antipolíticos que han existido en las tres principales ciudades de nuestro país: Bogotá, Cali y Medellín (M, A y F); y en segundo lugar los actuales gobernador del Quindío y alcalde de Bucaramanga.
¿Qué tienen en común? Dos provienen del sector universitario, otros del mundo empresarial y uno más de la iglesia católica, y en general no se parecen entre ellos. Justamente esa es su principal cualidad, señalamos, un estilo propio, un sello personal es la clave de su éxito electoral.
Pero ese toque original se basa en un telón de fondo válido para todos: el cansancio de los votantes respecto de los candidatos de los partidos políticos y de los resultados de la política tradicional. 
Y como ha sostenido el profesor Javier Duque en sus escritos, es la combinación perfecta, con un tercer ingrediente: un discurso catastrofista, acompañado de cierto mesianismo. El antipolítico en general pinta una historia triste, con un único final feliz posible: su éxito electoral.
En efecto lo tuvieron, pues los cinco casos estudiados lograron llegar al cargo, e incluso dos de ellos ganaron elecciones por segunda vez y han tenido rango de candidatos presidenciales.
Las preguntas aún sin resolver son: ¿Si fueron finales felices? ¿Pueden reemplazar del todo a los líderes de los partidos? ¿Son excepciones o llegaron para quedarse? Y, sobre todo, cuando se mueran ellos o se retiren, ¿van a dejar partidos que sigan con su ideología de apelación a lo público y el bien común o los reemplazarán nuevos antipolíticos tan mortales como ellos?
Son preguntas sin resolver, pero ahí están en el nuevo panorama político colombiano, latinoamericano y mundial, y quizá transformen radicalmente al mundo… para bien o para mal.