Los canales privados de la televisión nacional, incluyendo el foráneo Netflix, se han encargado en los últimos años de hacer una apología de los antivalores de la sociedad, y seguir metiendo el dedo en la llaga de las víctimas de la violencia mafiosa del país, como bien título el colega Álvaro González Uribe en su columna en este diario el pasado sábado 11 de febrero: “Narcomorbo TV”, sobre la responsabilidad de los medios y mediadores de la información entre el generador de y receptor de la misma.

Llevamos varios años de esta primera centuria del segundo milenio, en la que podríamos decir que nuestra sociedad está adicta en ensalzar morbosamente a unos delincuentes que hicieron su mejor esfuerzo por destruirla. Aunque bien reza el dicho popular quién no conoce la historia, está propenso a repetirla. Es importante que las nuevas generaciones conozcan a esos macabros personajes, pero, que no sea a través de venderles un estilo de vida, máxime cuando aún en nuestras calles prevalecen los combos delincuenciales, que buscan el dinero de manera rápida.

En la década de los años 80 del siglo pasado, la programadora Eduardo Lemaitre, con esfuerzo importante por rescatar los valores de hombres y mujeres que cambiaron la historia de nuestro país, emitía Revivamos nuestra historia. Recuerdo, como la familia entera, nos sentábamos a conocer y reconocer a esos personajes que hacen parte del acervo histórico, que permitía en ese entonces formar sentido patrio y un nacionalismo que jamás de los jamases los colombianos hemos tenido y difícilmente vamos a tener.

Hacemos campañas, nos damos golpes de pecho y nos rasgamos las envestiduras frente al fenómeno de la corrupción, ¿no será acaso que esa cultura es una hija natural del mundo “mafióstico”?

Como van las cosas en ese trío de canales Caracol, RCN y Netflix (que por cierto tiene una gran cantidad de series, tipo novelas históricas bastante interesantes), no se nos haga extraño que en pocos años o meses estén anunciado las grandes producciones de la vida y obra del Cura Pérez, o de Tirofijo o del Monojojoy o de Raúl Reyes, entre otros combatientes guerrilleros.

¿Será que el país no tiene a nadie más del lado de los buenos para mostrar?

¿Será que el siglo XX no parió en este terruño a ningún conciudadano o ciudadana que con esfuerzo, tenacidad, gallardía, y sobre todo con unos principios y valores sin tacha, que merezca la pena ser llevada su vida y obra a la pantalla chica? O ¿en cambio solo salieron de las entrañas malandrines, cantantes viciosos de dudosa reputación y otro tanto de aquellos que en el Drae se conocen como el lumpemproletariado, cómo modelos a seguir en la “de-construcción” de nuestra sociedad?

Es importante que los ciudadanos tomemos como bandera la desobediencia civil y cerremos filas contra los programas que incitan a los antivalores, cambiando de canal o apagando la tv.