El escritor Manuel Bernardo Rojas habla de su libro Ni un minuto más allá.
¿Qué hay en sus cuentos Ni un minuto más allá de realidad y de ficción?
Bueno, la pregunta no es en qué se distinguen, sino una más radical: qué es la realidad. Considero que la distinción ficción/realidad es una falacia. Cierto es que los humanos vivimos en unos ciertos consensos sobre temas y tópicos, pero ello no quiere decir que todos miremos la vida del mismo modo y que la interpretemos igual.
La distinción ficción/realidad es tan ilusoria como la distinción sueño/vigilia, y en ese sentido, el Barroco ya nos enseñó que aquello que contemplamos despiertos puede ser tan engañoso como cuando dormimos. El clásico del príncipe Segismundo en La vida es sueño, ya nos lo había señalado o el poema de los hermanos Argensola en el siglo XVII, es claro en ello: ‘Porque el cielo que todos vemos, ni es cielo ni es azul’, y sin embargo, por condiciones físicas y consensos culturales, hablamos del cielo azul.
Esa visión, tan aceptada, no es más que una interpretación. Personas hay, y quizás todos lo hemos vivido, que muchas veces no distinguen en donde termina un sueño y comienza la vigilia, así como no es fácil saber qué ocurre en un momento dado: frente a un hecho, tenemos diversas interpretaciones, que a modo de testimonios, nos muestran que no hay una realidad sino unas realidades, y que las mismas se parecen mucho a la ficción o mejor, a la palabra que tanto odiaba Platón, al simulacro (phantasma, en griego)
¿Qué intervención tiene en estos relatos su filosofía y de qué se trata?
Yo no tengo una filosofía propia o algo así. No tengo doctrina y no me caso con ninguna doctrina. Lo peor para la vida, académica y la cotidiana, es casarse con una verdad o unos principios o unos modos de proceder.
La verdad, hay pensadores que me atraen más que otros: Nietzsche por su pensamiento trágico y la afirmación de la vida; Benjamin por su fascinación frente a la ciudad y la radicalización de la invitación kantiana a pensar el presente (por eso, el no temía pensar a partir de Mickey Mouse); Freud y el escepticismo que surge cuando sabemos de la vida inconsciente; Derrida y su pensamiento descentrado, desde los márgenes y sobre todo, su ampliación de la noción de escritura; Platón como escritor y por los problemas (y enredos) que nos legó; Maquiavelo y el simulacro en la política; Deleuze en Mil mesetas, ¿Qué es la filosofía o en Crítica y clínica, entre otros libros, aunque hay obras y temas de él, que no me acaban de convencer; en fin, Foucault y no solo su dimensión teórica sino su anarquismo político, que nacía de una perspectiva estética y que, en mi opinión, es heredero de El hombre rebelde de Camus, que no es lo mismo que el revolucionario (personaje éste, demasiado creyente, para mi gusto).
Quizás, eso hace que algunos relatos para muchos, tengan un tono filosófico. Por ejemplo, Memorias de una época aciaga termina siendo una consideración sobre el espacio y sobre el tiempo, y tiene forma de conferencia; Autobiografía de un hombre sin principio(s) ni fin(es), aunque nació de algo tan prosaico como ver una toalla secante de cocina que absorbia líquidos de todos los colores, me hizo pensar en un individuo que no quisiera tener una marca propia sino alguien que va por la vida sin mayor afectación; o La eterna mirada de la verdad que nace de una consideración sobre la necesidad del olvido, y claro, de la fascinación por una obra como Edipo rey, o mejor de la conjunción de dos personajes: Tiresias y el propio Edipo. Por eso, además, los epígrafes del libro, de Nietzsche y Benjamin: el uno porque la noción del eterno retorno busca quebrar la ilusión del tiempo lineal que nos legó la historia sagrada, y Benjamin porque la cita tomada de Experiencia y pobreza es una invitación a reiventar el lenguaje desacralizando muchos elementos que creemos intocables de nuestra cultura.
Barthes dice sobre el incidente, que es más o menos aquello que le ocurre a uno nada más: ¿Podría usted decirnos si este libro es resultado de incidentes?
Bueno, yo no escribo autobiografía. De hecho, creo que las autobiografías, las memorias, y todas las obras que pretender ser el testimonio de alguien de su paso por el planeta, son en realidad, las más ficticias. En eso Napoleón y Chateaubriand, siendo contrarios políticamente, se dan la mano. Hay cosas que uno vuelve relevantes.
Lea: Así ve Óscar Jairo González el teatro del maestro Gilberto Martínez.
En La luz que no cesa, aparece una alusión a la vida de los bares, a las noches y a cierta bohemia. No puedo negar que hay bares y sitios que me encantan para tomar cerveza, y otros espirituosos, los fines de semana, pero con todo, la descripción que hago allí (como en otros escritos inéditos) no tienen nada que ver con mi propia vida.
La verdad, escribir para contar lo que para uno es relevante, es presuntuoso e incluso, hay una ausencia de pudor. Quien escribe tiene que ser pudoroso, no andar exhibiendo sus miserias, como los pordioseros que exhiben sus llagas purulentas en el centro de las ciudades. No, el exhibicionismo no es literatura ni es nada, es farándula de lo peor y nada más, o incluso, es una expresión tan ridícula como las redes sociales en donde todos creen que a todos nos interesa si están o estuvieron en un centro comercial o en París…
Lea: Óscar Jairo González entrevistó a Los Octámbulos, esto fue lo que le contaron.