La alienación supone la pérdida de la individualidad y es caldo de cultivo para la masificación.
Desde las remotas épocas de Tomás de Aquino, pasando por el viejo Rousseau hasta pensadores como Feuerbach, Hegel y Marx, el término “alienación” ha sido utilizado y analizado desde diferentes perspectivas: económicas, religiosas, sociales.
Cualquiera sea el abordaje, mantiene siempre la intención de su raíz griega: “alienus”, cuyo significado es “que pertenece a otro”.
Para efectos de esta reflexión, debo decir que gracias a los malos oficios de intelectuales “marxistas” como Althusser, Labica y Lukács, el término ha entrado en desuso y ha venido desapareciendo su condición contestataria.
Para la religión católica, la alienación es una especie de instancia mística. El ser humano se pierde o, más bien, se despeja de sí mismo, renuncia a su propia naturaleza en favor de un ser ajeno: Dios.
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Para Hegel la alienación es una negación de sí mismo, su naturaleza se pierde en favor de un objeto. A esto él lo llama “cosificación”. El hombre se vuelve “una cosa”.
Para Marx esa negación ocurre cuando el hombre degenera en ser mercancía, su fuerza de trabajo tiene precio, un precio que está sujeto a las leyes de la oferta y la demanda.
La alienación supone la pérdida de la individualidad y es caldo de cultivo para la masificación. Una masa es una aglutinación de gente. Una masa no solo es algo diferente al individuo sino diferente a la suma de los individuos que la integran.
En términos técnicos Frederic Munné define a la masa como “un fenómeno sociológico cuya unidad viene dada por el hecho de que una pluralidad de personas se encuentran en una interacción tal, que pueden reaccionar de una forma más o menos homogénea y simultánea ante un estímulo común, o según un interés compartido, sin llegar a organizarse”.
A diario actuamos como masa, a diario nos cosificamos, a diario actuamos a la manera de no ser nosotros sino de pertenecer a otro.
Y entonces, aparece una muy lúcida reflexión de Nicholas Carr con relación al impacto que tiene el internet sobre nuestras mentes, en un libro prodigioso titulado Superficiales (Carr, 2012)
El planteamiento central se sintetiza así: “Las nuevas tecnologías son sistemas de interrupción que dividen la atención. Ello no resulta solo de su capacidad para mostrar simultáneamente muchos medios diferentes. También es consecuencia de que facilitan la interactividad y permiten fácilmente tener muchos flujos de informativos como: e-mail, mensajes instantáneos, agregadores de noticias, Twitter, actualizaciones de software, nuevos vídeos de YouTube y en general cualquier programación que se haga para monitorizar eventos y enviar automáticamente mensajes y notificaciones. Tal ‘facilidad’ tienen un alto costo cognitivo ya que cada vez que cambiamos la atención obligamos a nuestro cerebro a reorientarse.”
“Esto es especialmente grave cuando la memoria de trabajo ya está sobrecargada debido a que la tarea en la que estaba dedicada ya era compleja. En general, el resultado es que hay una dispersión de nuestra atención que debilita nuestro entendimiento y deliberación. Esto provoca ser más proclive a aceptar las ideas y soluciones más convencionales en lugar de cuestionarlas recurriendo a líneas de pensamiento originales.”
Perdida toda capacidad de reflexión, nos volvemos horda. Gente probadamente inteligente, formada, de aparente criterio, termina reaccionado frente al más mínimo estímulo: acepta como cierta una información mentirosa en la red, es propensa al linchamiento, hace coro irreflexivo al último hastag, es incapaz de pensar en las consecuencias, no reflexiona, no exige contexto.
Sorprende la proliferación de noticias antiguas que “argumentan” en favor de la manipulación de un hecho de actualidad y que son replicadas con fervor por personas que uno supone altamente calificadas.
¿Ha notado usted que la argumentación ha sido derrotada por el grito, que la razón ha sido suplantada por la fuerza?
¡Claro que hay alienación!
Tal vez el acto más subversivo, más rebelde que podemos intentar hoy, es atrevernos a pensar, atrevernos a pensar, atrevernos a pensar…