¿En qué ciudad estamos?

Autor: Darío Ruiz Gómez
19 febrero de 2018 - 12:10 AM

Volvemos a convertir en anécdota lo que en realidad es un choque de territorialidades no establecidas por la planificación sino por los nuevos poderes criminales.

Contemplando desde un amplio mirador la panorámica de la ciudad hacia el perfil de la cadena de montañas que enmarca el occidente del valle, me sorprende la consolidada muralla de un borde apretado de altos edificios de vivienda que han sobrepasado la cota de lo que se había considerado como malla urbana. ¿Cómo se produjo esta desbocada invasión de las laderas? Debo de inmediato preguntarme sobre las vías que debieron construirse para incorporar esos bordes y en qué medida se han resuelto los servicios de agua, luz, transporte, zonas verdes, para esa numerosa y desconocida población. Hacia la zona de Castilla el número de urbanizaciones es aún mayor y la densificación más intensa ya que se desperdiga sin orden alguno en las laderas donde el borde estuvo marcado por huertas, fincas, lo que hace que la frontera con Bello se apretuje aún más. ¿Cuál ha sido el impacto del cable en el barrio Caicedo y la Sierra? ¿Qué fue del llamado Jardín Circunvalar que serviría de freno a las invasiones irregulares y conectaría al transeúnte con la autopista Medellín, Bogotá? ¿Cuántas personas llegan cada semana de distintas regiones del país a invadir estas laderas bajo el señuelo de que van a tener vivienda gratis? Es algo palpable el hecho de que tanto Medellín como el resto de las ciudades colombianas han sido sacudidas por la violencia de la última década, masas de desplazados y nuevas estructuras criminales a través de cuyo accionar los espacios públicos, los símbolos de la ciudad han sido aniquilados y hoy esas organizaciones muchas de ellas nacidas del tándem guerrilla-paramilitares- narcotráfico tratan de imponer su territorialidad bajo formas aberrantes de gobernabilidad.

Lea también: La desaparición de lo urbano
Si Bogotá ha recibido ingentes cantidades de desplazados prácticamente de todo el país, si Cali ha recibido del Pacífico, si Medellín de los pueblos, del Bajo Cauca, del Chocó, esto quiere decir que hoy al mirar las ciudades colombianas nos enfrentamos a una problemática que nadie ha querido ver, analizar, enfrentar. ¿Qué brotó del choque entre la ciudad tradicional y la presencia de estos nuevos relatos? ¿Discriminación o incorporación? ¿Cuál fue la respuesta de los urbanistas para impedir que estos desplazados se sumieran en el crimen y la miseria? ¿Por qué los demógrafos, los ingenieros hidráulicos, fueron suplantados por los politiqueros? El desconocimiento de la realidad hace espurias las llamadas ciencias sociales, desenmascara la llamada literatura “política”: para describir esta complejísima problemática hacen falta lenguajes capaces de nombrar estas nuevas situaciones. Volvemos a convertir en anécdota lo que en realidad es un choque de territorialidades no establecidas por la planificación sino por los nuevos poderes criminales. Las intenciones de la Alcaldía Fajardo con su plan de bibliotecas fueron buenas, pero rápidamente las devoró el vértigo de este proceso de cambio de dueños del territorio urbano. Colocar un edificio en un área conflictiva no llevaba necesariamente al rescate de ésta, era necesario contar a la vez con un plan de renovación urbana, con el debido control del crecimiento de la ciudad construida, enfrentar radicalmente el crecimiento de la ciudad ilegal y la corrupción aberrante de la burocracia. ¿Las matanzas de hoy son solamente un enfrentamiento entre bandas o la demostración de una dramática pérdida de los espacios legales? ¿Para qué, entonces, una oficina del Área Metropolitana incapaz de dar respuesta a estas problemáticas? 

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