Esta tendencia a no reconocer ni darle continuidad a lo que ha evidenciado que funciona y solo señalar lo malo de las pasadas administraciones es sinceramente dramática.
Teresita Hurtado*
La mejor inversión que puede hacer un gobierno para mejorar la calidad de la educación es proyectar la inversión en el tiempo. La permanencia y continuidad en las políticas educativas son características imprescindibles para medir el éxito o fracaso de leyes, decretos, proyectos y programas.
Es de vital importancia darle contexto a esta última afirmación. En el ámbito educativo saber si algo funciona toma tiempo. Tiempo mientras los maestros comprenden el cambio, tiempo para que eso tenga una traducción en el aula y más tiempo para determinar si dichos cambios benefician los aprendizajes.
Determinar si algo funciona o no funciona en educación necesita de un rigor parecido al que se tiene para la administración de medicamentos. Finalmente estamos determinando cómo y qué herramientas las generaciones futuras tendrán para vivir y convivir con otros.
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Tradicionalmente los “empalmes” de gobierno son una “entrega de llaves” y no un ejercicio juicioso de aprendizaje, balance y toma de decisiones informadas sobre la continuidad de lo bueno, la reingeniería de buenas ideas mal ejecutadas y la evaluación para terminar o cerrar una línea de política. Cuando se habla de decisiones informadas no solo son los informes de contratación o contraloría, o las evaluaciones internacionales, sino la evaluación de la comunidad educativa.
Por no hacer de manera juiciosa ese proceso de empalme y evaluación cada administración se dedica a “reinventar la rueda” considerando, de manera equivocada, que si su apuesta de gobierno prometió renovación, es obligatorio un revolcón total y acabar con todo para lograr lo que las anteriores administraciones no lograron.
Esta tendencia a no reconocer ni darle continuidad a lo que ha evidenciado que funciona y solo señalar lo malo de las pasadas administraciones es sinceramente dramática. Un drama que cuesta caro. La inversión millonaria en programas exitosos que fueron cerrados en medio de transiciones de ministros, de administraciones o incluso de asesores es dolorosa y vergonzosa. Para la muestra: un Baúl de Jaibaná, un decodificador auspiciado por Discovery en la escuela o la maleta de sexualidad o de Historia hoy. Toda esa capacidad instalada en horas maestro que queda ahí, en planillas firmadas, en material entregado.
Es claro que toda administración que entra llega con un programa que fue elegido y una visión que debe concretar. Pero se trata de mejorar, no de cambiar por cambiar. Es posible afirmar que si no siempre, casi siempre, las administraciones después de cuatro u ocho años llegan a la misma conclusión: “esto ya se había hecho pero con otro nombre”. Por ello es fundamental tomarse un tiempo para conocer lo realizado, ponerlo en contexto con los retos del país y tomar decisiones que privilegien la garantía del derecho a la educación, el cierre de brechas y se correspondan con los mandatos de la Constitución y la Ley.
Este cuello de botella no es exclusivamente de las nuevas administraciones, es de nosotros como ciudadanos y de la poca o nula apropiación de nuestro sistema. Lo usamos y después de 11 o 13 años lo menospreciamos.
¿En qué deberíamos invertir para mejorar la educación colombiana? Los pendientes son más que claros: la construcción de una política pública de largo plazo, el fortalecimiento de la educación pública con énfasis en la rural, la dignificación y profesionalización de la labor de directivos y maestros, la garantía de condiciones para que, gradualmente, todos los estudiantes puedan acceder, permanecer y desarrollar los aprendizajes esperados en diálogo con sus realidades de forma que puedan tomar decisiones de vida que les permitan desarrollarse en su contexto o en cualquier otro.
La llegada de María Victoria Angulo al Ministerio nos llena de esperanza: confiamos que su trayectoria en el sector y su conocimiento del país posibiliten retomar aprendizajes y seguir construyendo sobre lo construido para avanzar con paso firme hacia una educación pública de calidad para todos y todas.
*Asesora en la Fundación Empresarios por la Educación, una organización de la sociedad civil que conecta sueños, proyectos, actores y recursos para contribuir al mejoramiento de la calidad educativa.