La gente común y corriente comienza a preguntarse en serio si vale la pena votar, si con el voto se puede enderezar el rumbo que va tomando el país
La polarización, la subida de tono en los enfrentamientos públicos y la agresividad en la forma, finalmente dejaron agotado al ciudadano. Lo confunden cada día más. La desazón aumenta a medida que se acercan las elecciones. La gente común y corriente comienza a preguntarse en serio si vale la pena votar, si con el voto se puede enderezar el rumbo que va tomando el país y, sobre todo, ¿por quién votar?
La acumulación de males viene golpeando el ánimo colectivo desde hace más años de los que normalmente se podía esperar. Los colombianos han probado fehacientemente que tienen una paciencia casi infinita. Casi, porque también es evidente que están llegando al punto máximo de aguante, donde la próxima gota puede ser la que desborde su capacidad de soportar frustraciones.
Un clima de desconfianza y cansancio de lo público enrarece el ambiente preelectoral. Y en una democracia y con mayor razón en vísperas de elecciones, todo puede languidecer, menos la esperanza. Más que un candidato, Colombia espera un salvador.
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A pesar de que el debate se radicaliza y cada uno de los que tiene su nombre en juego se siente obligado a extremar su discurso para diferenciarse de los demás, lo cierto es que la abrumadora mayoría sigue pensando que se necesita un líder, con carácter y entidad propia, con la grandeza que exigen los tiempos, comprometido con el futuro, respetuoso de la gente y cercano a ella, capaz de reconciliarnos y devolvernos la identidad nacional. Un presidente capaz de ver el todo y gobernar para todos. En definitiva ¿no es eso, precisamente, lo que se le pide al mandatario en una democracia?
Un análisis sereno de la visita del Papa nos ratifica que las multitudes pacíficas, multicolores y de muy diversos orígenes que salieron a su encuentro, tienen sed de paz y necesidad de ser rescatadas de la polarización. ¿Cuándo comenzará uno de los múltiples precandidatos presidenciales a ocuparse del tema? Porque, si nos atenemos a sus discursos, parecen más bien empeñados en agudizarla, sin importar las consecuencias.
El Papa Francisco nos dejó para la reflexión una frase sabia, en la cual debemos meditar a cada instante: “un proceso de paz sin reconciliación es un fracaso”.
Es claro que el modelo de “paz” del Presidente Santos con las Farc fue rechazado por la mayoría, pero no la reconciliación. Los críticos manifestaron una y otra vez que se oponían a la forma, al cómo, pero no a la paz. Por el contrario hay un anhelo de paz, profundo, inequívoco y unánime. Sería imperdonable que terminara en una gran frustración, por la incapacidad de colocar el interés general por encima de las preferencias individuales.
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¿Dónde encontramos la propuesta alternativa de reconciliación? Ahí está el nicho. Es una lástima que continúe vacío. ¿Por qué ningún precandidato se decide a ocuparlo antes de que el pueblo se canse de esperar y se vaya para otra parte?
Sí, definitivamente necesitamos elegir un Presidente que incluya a todos y gobierne para todos. Así lo entienden cuarenta y ocho millones de colombianos ¿por qué no lo comprenden los dirigentes políticos?