El partido es una minoría que siempre tiene la razón, en su discurso, pero que siempre se equivoca en la práctica.
Pareciera que hay un abismo entre la política real y la filosofía política. Los políticos toman decisiones basados en el análisis de los hechos, siempre vistos desde el prisma de los intereses que defienden. Los filósofos, en cambio, plantean cuáles serían los criterios a aplicar para que una decisión sea correcta desde el punto de vista de que le conviene al interés general. Así las cosas, todo indicaría que políticos y filósofos tienen visiones distintas y hasta contradictorias del quehacer político.
Pero no tiene que ser así. ¿Podría ocurrir que los intereses que mueven a los ejecutores concuerden con el de los filósofos? ¿Puede haber políticos que defiendan el interés general? La respuesta es sí.
La cuestión, es que ese concepto es una noción confusa, en los términos de C. Perelman, quien entiende por ella, una que admite más de un significado, en ocasiones, con sentidos antagónicos. Por ejemplo, el marxismo identifica el interés general con el que, piensan ellos, es el del proletariado y, en consecuencia, el interés general es la dictadura de la clase obrera como base de la estructura del Estado, en el entendido de que dicha dictadura llevará a la sociedad sin clases, panacea y fin de la historia, que hasta ahora ha sido la expresión de la lucha de clases. Es una visión monista de la sociedad. El liberalismo, en cambio, lo define como la garantía de existencia de las libertades individuales como la libre expresión, la libre organización política, la libertad de conciencia y la libertad económica, entre otras, y que se materializa en estados democráticos liberales que gobiernan sociedades plurales.
El problema con la concepción marxista es que el interés general justifica la supresión de las libertades individuales. Dictadura es dictadura, y es necesario reprimir a la burguesía, a la pequeña burguesía, a los campesinos ricos y pequeños propietarios, porque tienen los intereses y la ideología del pasado, el atraso, de la reacción. Pero también justifica la represión a los sectores del proletariado que no acepten las directrices de los que autodesignan como la vanguardia de la revolución, el partido de la clase obrera. La confrontación con la realidad, no obstante, arrojó que el partido es una minoría que siempre tiene la razón, en su discurso, pero que siempre se equivoca en la práctica. La experiencia ha demostrado que empobrece a los países, al destruirles su economía, y golpea a sus gentes, a quienes, además, ahoga en un mar de represión y de carencia total de libertades. Por eso cayeron esas dictaduras en la antigua Urss y Europa Oriental, y se mantienen, ya haciendo agua en Cuba y Venezuela, aquella con el soporte que ya no le puede dar esta, ambas anegadas en un mundo de corrupción y narcotráfico; o cambiaron la dictadura económica por el capitalismo, manteniendo el férreo control político, como China y Vietnam.
En cambio, el liberalismo, que históricamente es anterior al marxismo, ha florecido en Occidente, entiende el interés general como el cumplimiento de la regla de oro de la primacía de las libertades individuales y la irrenunciable economía de mercado, es decir, libertad económica, cuyos límites por la intervención del Estado expresan distintas concepciones del liberalismo: la socialdemocracia, que piensa que éste debe intervenir el mercado para garantizar la distribución de la riqueza; y, el llamado neoliberalismo, que piensa que el estado no debe interferir en la economía y debe limitarse sólo a asegurar la defensa nacional y el funcionamiento de las instituciones estrictamente necesarias para que el mercado opere. Pero, últimamente, se abre paso una concepción pragmática que plantea una línea de acción sin los excesos de las dos corrientes anteriores, que pueden llevar a una sociedad cuya economía no funciona por exceso de intervención y limitación de la libertad económica, en el primer caso; o a una, con desigualdades insostenibles, en el segundo. Esa es la vía que está tomando, precisamente, el presidente Duque.
Aquellos, en el país, que plantean un modelo socialista, como el señor Petro y sectores de los Verdes, la Farc, etc., o una socialdemocracia desbordada, como ciertos matices del liberalismo y, otra vez, de los Verdes, están en la maraña de las ideologías que han fracasado. Los socialistas, contra toda evidencia, quieren una economía para Colombia, que hasta Cuba ya comienza a revertir y que, junto con el narcotráfico y la corrupción, tienen en grave crisis a Venezuela; los socialdemócratas a rajatabla quieren imponernos un modelo que tuvieron que abandonar la Gran Bretaña y otros países europeos para poder ser competitivos, y que naciones como Alemania, Francia, Suecia y Noruega están reduciendo en este momento.
Necesitamos un gobierno que proteja a los más vulnerables y los lleve a mejorar sus condiciones de vida y que defienda a la clase media, pero que no destruya la economía asumiendo gastos y subsidios que resultarán más temprano que tarde, insoportables para la nación, como muestra ahora el caso argentino. Y por supuesto, que haga valer las libertades individuales y los derechos democráticos de todos los colombianos; que combata, hasta eliminar, el narcotráfico y las bandas ligadas a este, que azotan nuestro país, especialmente, a nuestros jóvenes, doblegue la corrupción acometa la reforma a la justicia, que tanta falta hace para recuperar el estado de derecho. Así se resume el interés general para Colombia hoy.