A primera vista no es posible comparar la agricultura de Holanda con la nuestra, pero partiendo de ese pequeño país podemos hacer consideraciones de la mayor actualidad, ahora, cuando arrecia la ofensiva para que el nuevo gobierno sea obligado a poner en operación el tercer pilar del “acuerdo final”, es decir, lo que allí se llama “reforma agraria integral”, porque ya parece haber sido aceptada la coexistencia con la JEP y la mal llamada “comisión de la verdad”.

En primer lugar, eso de “reforma agraria integral” es equívoco. Lo que aquí se pretende es cambiar el modelo agrario de libre empresa agrícola por un sistema de explotación de la tierra retrógrado y colectivista, de pequeñas parcelas ineficientes, repartidas a campesinos escogidos por las Farc, al lado de las cuales se organizarán explotaciones “cooperativas”, eufemismo para disfrazar la aparición de granjas colectivas.

Le puede interesar: Seductora ilusión agraria

Para alcanzar ese utópico y sentimental modelo sobre 30 millones de hectáreas, para empezar, no se “expropiará” a los agricultores. En cambio, agobiados por impuestos prediales aplastantes, se les “comprará” la tierra con bonos a largo plazo y bajos intereses, o se les extinguirá el dominio, por motivos dizque ecológicos o de equidad.

Para poner en marcha este esquema habrá que realizar inmensas emisiones de papeles del Estado, que aunque merezcan el calificativo de bonos basura, de todas maneras acelerarán la inflación, insuperable mecanismo para precipitar la revolución.

En paralelo, la repartición demagógica del campo lo vuelve improductivo. Luego se empezaría a depender, aun más, de la importación de alimentos, hasta que se llegue a lo que pasó en Rusia y China, antes de que en esos países, hambreados por décadas de colectivismo agrario, se hicieran reformas agrarias integrales, pero de cuño capitalista.

No es justo que a Colombia se le imponga una reforma similar a la que han padecido Cuba y Venezuela. Por eso, en cambio, sí soy partidario de otra “reforma agraria integral”, pero de signo totalmente contrario a la del “acuerdo” supraconstitucional con las Farc.

Y aquí entro a la comparación con Holanda, país pequeño, cuya superficie de 41.000 km2 equivale  a 2/3 de la de Antioquia. En realidad, el Reino de los Países Bajos es un pantano —en alguna parte recuperado del mar, porque los polders suman 7.200 Km2—, fertilizado por siglos de diques, drenaje, abono y esfuerzo.

Lea además: Filtran moscas mientras nos hacen tragar sapos

Ahora bien, Holanda no cultiva sólo flores (primer puesto mundial); también produce ingentes volúmenes de frutas, hortalizas, verduras y champiñones, además de una impresionante cantidad de leche, quesos, mantequilla y carnes bovina y porcina. Lo más sorprendente es que este país es ahora el segundo exportador mundial de alimentos.

Veamos la lista de los principales países agroexportadores, que demuestra la superioridad de los pequeños países que emplean la mejor tecnología agrológica, sobre otros muy extensos pero menos productivos. En esa lista no figura, desde luego, ningún país colectivista:

Fuente: https://www.worldatlas.com/articles/the-american-food-giant-the-largest-exporter-of-food-in-the-world.html

Según la SAC, Colombia importó US $ 5.400 millones en alimentos, el año pasado. Sólo somos importantes en café, a pesar de su postración, y en flores, pero con el dogmatismo marxista-leninista de las Farc, que además odian la ganadería, tendremos que unirnos a los países famélicos como Norcorea, Cuba y Venezuela.

Teniendo la mayor reserva de tierras agrícolas de calidad en el mundo, se nos quiere imponer el peor modelo agrario, ya rechazado en China, Viet Nam y Rusia, donde la única agroindustria importante sería la de la exportación de estupefacientes vegetales, donde ya ocupamos el deshonroso primer lugar, bajo la égida de Farc, Eln y los carteles mexicanos.