Un hombre sabio que disfruto el goce epicúreo de la cultura, así como de su entrega al magisterio y la amistad
Se nos acaba de ir para el mundo de las sombras el filósofo, profesor y amigo José Jairo Alarcón: un hombre sabio que disfruto el goce epicúreo de la cultura, así como de su entrega al magisterio y la amistad. El mejor autorretrato de su periplo vital queda reflejado en su escrito lapidario: “Es mentira que el amor sea compartir la precariedad. También es un argumento falaz (creer) que los hombres de mi edad (69 años al morir) le hemos entregado la juventud a la Universidad (su querida Universidad de Antioquia). No. Es la permanencia en la Universidad la que ha hecho felices mis años”
Uno de los autores preferidos de Jairo fue el gran ensayista Michel de Montaigne en sus reflexiones sobre la muerte, cuya sentencia “filosofar es aprender a morir” repetía cada vez que quería referirse a la utilidad de la filosofía. Que el estudio aparta la mente del cuerpo para ocuparla en la noble actividad del pensamiento es de alguna manera, según Montaigne, anticipar y aprender a no temerle a la inexorable muerte. Creo que así lo demostró Jairo, cuando, ya herido por un cáncer mortal, a mis sanchescos reclamos de “No se muera Vuesa Merced”, respondió reintegrándose a la cátedra, donde permaneció activo hasta los días finales de su existencia, cuando ya sus fuerzas físicas no le respondían más.
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El pasado 20 de junio, en compañía de su entrañable amigo Asdrúbal Valencia, a pocas horas antes de su muerte le pedimos que nos esperara para verlo. Como último acto de entrega amistosa, tuvo la fortaleza de atendernos sin ninguna queja por su situación ni mucho menos miedo al inminente final, que sabía pronto le llegaría. ¡La muerte digna de un estoico, que bien supo para qué sirve la filosofía!
Conocí al Profesor Alarcón a principios de la pasada década, como uno de los primeros conferencistas del Aula Abierta del Instituto de Filosofía de la Universidad de Antioquia. Si mi memoria no me falla, su primer curso en el Aula Abierta fue sobre el gran filósofo holandés del Siglo XVII Baruch Spinoza, cuya obra conocía a profundidad. Lo recuerdo recitar, de memoria, fragmentos enteros de la ética espinoziana, en especial las definiciones sobre “causa de si”, de Dios como un ser absolutamente infinito y de la existencia como verdad eterna, así como a Borges en su poema homenaje a Spinoza ("las traslucidas manos del judío/labran en la penumbra los cristales/y la tarde que muere es miedo y frio//...). Por aquella misma época, Alarcón creó la cátedra “Las lecciones de noviembre”, que todavía permanece activa en el Instituto de Filosofía, donde además de experimentados conferencistas, dada la oportunidad de exponer sus investigaciones a sus estudiantes.
Pienso que Spinoza, Cervantes, el tango, en especial cuando cantado por Carlos Gardel y la charla culta con sus amigos, fueron las grandes pasiones de Jairo.
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Sus conferencias llenaban auditorios, sobre todo por la magistral combinación que sólo él sabía lograr de los a veces difíciles textos filosóficos con los clásicos de la literatura universal, todo ello matizado con ingeniosos apuntes de humor. En nuestra tertulia amagaseña nos quedamos esperándote para que nos hablaras sobre el “Licenciado Vidriera” de Miguel de Cervantes, todo un tratado de la modernidad, según afirmaba nuestro amigo el filósofo. Te prometo querido Jairo, que como homenaje a tu memoria volveré a leer la obra cervantina, así como “La muerte de “Iván Illich” de Tolstoi, texto éste que recordamos durante nuestro último encuentro, ya en tu lecho de muerte.
Mis condolencias a Adriana, a Manuela, a sus colegas y discípulos del Instituto de Filosofía y a sus amigos tangueros.